Escrito e ilustrado por Sebastian Meschenmoser
Traducido
por Lidia Tirado
Publicado
por Fondo de Cultura Económica
Recomendado
para los pequeños
Libro álbum
Tejo. Comencé a tejer hace algunos años porque
quería aprender algo nuevo, pero también hubo mucho de terapia en ello. Comencé
a tejer porque necesitaba algo que me ayudase a manejar los ataques de ansiedad
que el último año en mi trabajo estaba generando. También fue una forma de
rebelarme contra mi mismo y mis dedos torpes. Los dedos que he considerado torpes.
No he resultado ningún prodigio y mis cosas todavía resultan medio chuecas,
pero cuando las veo algo en mi interior se enciende de orgullo.
Con el tejido se hicieron visibles
compulsiones. Comprar lana, por ejemplo, o querer tener libros sobre el tema, aunque
termine usando tutoriales de youtube. También me siento atraído por libros o películas
donde un personaje teja. Eso me llevó a El estambre mágico del señor Pug. Lo
he leído varias veces y siempre llego a la misma conclusión: no me gusta. Veamos
las razones.
El libro narra la historia de un pug que vive
con una princesa cerdo. Por alguna razón desconocida pueden pedir tres deseos,
y la princesa ya había pedido dos ese día: Una bola de lana mágica que tenía la
virtud de ser infinito y un par de agujas automáticas. Una vez que termina la razón
de ser de ese pedido la princesa se marcha y deja los objetos en manos de un
aburrido señor Pug. Este último, quien no tiene nada qué hacer se pone a coser
como un loco poniendo a prueba los objetos mágicos y tejiendo absolutamente de
todo. Al final, sin motivo alguno, al caer la lluvia los colores del estambre mágico
se diluyen y las cosas se reducen. LA princesa llega, se acomodan como pueden y
el señor Pug espera que al siguiente día él pueda usar los tres deseos.
Me gusta el non sense y me gusta lo fantástico. Soy un amante, como tantos, de Donde viven los monstruos y de Ahora no, Bernardo. Pongo estos dos títulos de ejemplo porque estos libros presentan situaciones disparatadas, pero que tienen una coherencia interna. Incluso si vemos Simón, el bobito, de Pombo encontramos que lo ilógico parte de algún sentido. Hasta en Alicia en el País de las Maravillas, descubrimos que todo lo desquiciado de la historia se remite a la lógica de los sueños. El estambre mágico del señor Pug adolece de algún tipo de lógica que podamos seguir, pero tampoco ofrece al lector claridad acerca del funcionamiento del mundo propuesto. ¿Por qué se apagan los colores de la lana al caer la lluvia?, ¿por qué se encogen los objetos que cubre la lana?, ¿se trata de una alegoría extraña que solo quienes han tejido durante mucho tiempo pueden descifrar? Los hechos presentados son tan gratuitos como el aburrimiento del señor Pug, su relación con la princesa o la posibilidad de pedir tres deseos de forma diaria. Es toda tan arbitrario. Casi tanto como arruinar el placer de tejer con unas agujas automáticas. Lo único que me satisface de este libro es que no me pertenece, así que en breve abandonará el lugar que tiene en mi biblioteca, así pronto podré olvidar su existencia.
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