TODOS LOS HOMBRES SON MORTALES

 


Escrito por Simone de Beauvoir

Traducido por Silvina Bullrich

Publicado por Editorial Oveja negra

Recomendado para grandes lectores

Novela – literatura francesa

 

     A menudo hay un anhelo de las viejas ediciones. Suspiramos con Bruguera o Aguilar, por ejemplo; esas bellas ediciones de tapas duras y en materiales que hoy ya no vemos. Algunas incluso en cuero o en su correspondiente imitación. Sin embargo, cuando volvemos a ellas encontramos que no son necesariamente buenas. En algunas ocasiones incluso descubrimos que hubo (espero que no sea hay) ediciones condensadas (Recuerdo ahora un chiste sobre una edición de Bruguera sobre los hermanos Karamazov donde aun recortándole muchas acciones seguía siendo muy largo, procediendo entonces, por orden de uno de los editores, a prescindir de uno de los hermanos), es decir, resúmenes más o menos bien hechos que a duras penas se anunciaban como tales en letras diminutas en la página legal. Abundaban, además los errores ortotipográficos, cuando no directamente de traducción. Este es el caso de esta edición en particular.

       Todos los hombres son mortales es una novela -¿noveleta quizá?- incluida en un volumen rojo de los Maestros de la Literatura Universal -particularmente el volumen 2 correspondiente a Francia- y adjudicada a Simone de Beauvoir. Curiosamente, se trata de uno de esos libros escasos de referencia y que no se hayan con facilidad. De hecho, para ser precisos de este libro no se encuentra ni siquiera en PDF la versión en español. La traducción se adjudica a Silvina Bullrich y se dice original de Emecé Editores en 1951.

     Desempolvé la edición para leerla con el club de lectura de #lecturasparatodos por WhattsApp, y aquello que recordaba maravilloso se me reveló grosero y descuidado (Ya me había pasado con esta editorial con Changó, el gran putas). Me refiero a la edición, aclaro, no al contenido, y me quedé deseando y preguntándome acerca de la necesidad de hacer o actualizar antiguas versiones, siempre y cuando el ritmo raudo y brutal de estos tiempos lo permita.

     De acuerdo con Campbell, el ser humano se halla como tal con la consciencia de la muerte. Es la muerte quien le da sentido a la existencia y quien le ofrece un sentido de trascendencia; quien le orienta en su camino. ¿Qué sucedería en el caso de un hombre que hallara la inmortalidad? Esta es la pregunta que guía a Simone de Beauvoir en Todos los hombres son mortales. Dividido en cinco partes, este relato indaga en la vida del conde Raymond Fosca, un noble de la ciudad de Carmona, nacido por allá en el siglo XIII. Fosca solo quiere el bien para su ciudad natal, y a través de sus años buscará la forma en que esta se engrandezca, al punto de buscar la inmortalidad como forma de preservarla a través de los siglos. Sin embargo, el tiempo le enseñará que el ser humano vive tiempos limitados y no puede pensar más allá de esos pocos años de su existencia, buscando vivir desesperadamente, más allá de cualquier tipo de razón. Fosca, amante del orden, de la trascendencia de lo moral y de lo bueno para todos, ve como todos los sacrificios que se emprenden ser ven tarde o temprano reducidos a nada por los mismos hombres, que no hay nada que los conforte o los convenza o los amanse. Los hombres son criaturas despiadadas que buscan vivir. En contraste, Fosca, eterno, inmortal, va olvidando lo que ello significa a través de los siglos. El testigo de todo su relato es una joven actriz que quiere trascender y ser “inmortal”. Esta pobre alma va disminuyendo a medida que Fosa avanza en su historia.

     En #lecturasparatodos leímos esta obra mientras con el paro nacional de trasfondo, dándonos cuenta de lo cíclico de la historia, y lo desesperanzador que ello resulta. Como dato curioso queda que en la obra no se nombra a Dios, y aun partiendo del ateísmo, queda preguntarse si hubiese sido diferente algo para Fosca de haber profesado alguna fe.

     Si en algún momento paseas -oh, amable lector- por una librería de viejo, y te topas con esta edición; a pesar de lo aquí dicho, no la afees y llévatela contigo, pues es quizá una de las pocas formas que tendrás en estas épocas confusas de leer esta gran obra.

 

       

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