A LA SOMBRA DE UN NARANJO

 


Ilustrado por Mohammad Barrangi

Escrito por Juliana Muñoz Toro

Publicado por Tragaluz Editores

Libro ilustrado – papiro – libro arte – libro juguete

Recomendado para grandes lectores

 

     A veces hay que tomar riesgos. La industria editorial independiente lo tiene más claro que las grandes. Constantemente juegan, se atreven con otros formatos, se dirigen a nichos, experimentan. Esta es una característica de editoriales como La madriguera del conejo, Alpha Decay, Lua Books y, por supuesto, Tragaluz Editores.

     Este es un libro que es un juguete, que obliga al lector a repensarse y a reposicionarse. Su propia existencia hace que el lector se haga preguntas, discurra de otra manera. Desde las prácticas, ¿qué diablos es esto?, ¿cómo hago para que no se dañe?, ¿cómo evito que se desparrame? pasando por las históricas, ¿así era antes? o ¿cómo podía leer la gente así? Las mismas manos buscan otro acomodo, otra forma de ir “pasando las páginas”. Sin embargo, con esto nos ería suficiente, no pasaría de ser un mero artificio, algo así como los lectores de libros electrónicos, que finalmente discurren como un papiro, aunque su contenido sea traducido desde los paralelepípedos de papel.   

     A la sombra de un naranjo, es un libro concebido de manera poco convencional. Si nos atenemos a la Nota de los editores, el libro parte de las ilustraciones para convertirse al texto, siguiendo un proceso inverso a lo que consideramos convencional. Durante décadas, los promotores de lectura han seguido esa idea con un montón de infantes a partir de Los misterios del señor Burdick. Los editores nombran este proceso como una écfrasis. Sin embargo, animales de historias buscamos el relato, la fábula. Muñoz Toro nos narra una busca, a la manera antigua, casi una epopeya cotidiana en donde se conjuga una suerte de mapa hecho de palabras en una botella enterrada A la sombra de un naranjo, un pájaro muerto, muchos sueños, una cometa y un vendedor de alfombras. Hay poesía aquí, poesía entremezclada con las graves imágenes que nos contemplan desde el rollo que buscamos manipular; poesía que culmina con un encuentro; dos mitades diversas que se unen.

     La experiencia final es satisfactoria. El relato nos obliga a ir a las imágenes, que nos obligan a avanzar y devolvernos en el rollo, que comienza a deslizarse cada vez con mayor familiaridad entre nuestras manos (habrá quien prefiera extenderlo en el suelo o en una mesa como las de la mansión Wayne). Descubrimos entonces, junto con Layla y Mahnún que los sueños son dúctiles como los rollos, como la poesía.     

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