LA MÁQUINA DE LOS SUEÑOS

 


Escrito por Ricardo Alcántara

Ilustrado por Juan Ramón Alonso

Publicado por Océano Travesía

Recomendado para lectores en marcha

Libro ilustrado

 

     Tener acceso a una máquina de los sueños es una idea ominosa y fantástica a un tiempo. Fantástica, porque es lo que en algún momento todos hemos deseado tener, una máquina o entidad que cumpla nuestros deseos; ominosa, porque sabemos, como adultos, que toda acción tiene una repercusión. Hemos leído ya Las mil y una noches, hemos leído La pata del mono y Multivac. Ante tal perspectiva aconsejamos prudencia. Ante tal perspectiva Ricardo alcántara se deslinda de la literatura fantástica y se aviene a recorrer la senda de la literatura realista

     Esta es la historia de dos solitarios destinados a conocerse de manera irresoluble, dos solitarios sin ninguna relación de parentesco o de edad. Un anciano y un niño que se encuentran por obras del sino y acompañan sus soledades a través de un artefacto realizado a partir de elementos reciclados, una máquina de sueños.

     Dos elementos se unen en el relato. Por un lado, la posibilidad de compañía que puede haber entre los niños y los ancianos, y, por otra, la importancia del reciclaje, la importancia de darle una segunda vida a algo que ya fue desechado alguna vez. En algunos momentos la alegoría con los sentimientos funcional, en otros momentos no es tan clara.

     En lo personal, La máquina de los sueños me decepcionó un poco en parte por el relato, en parte por el gráfico. En el relato sentí que Alcántara, al optar por el realismo, optó por el camino más sencillo, por el menos sorprendente. En el apartado gráfico, aunque Juan Ramón Alonso propone una ilustración al carboncillo justa y correctamente lograda, no logra ser lo suficientemente atractiva, traduciendo de manera muy literal la propuesta del texto escrito. Así, donde pudo haber existido una ma1quina Goldberg (Cayetano, el nombre de nuestro anciano protagonista, se encierra durante varios días a hacer la “maquina” de los sueños) encontramos una simple careta que decepcionaría a un niño poco exigente (la portada me prometía unas ilustraciones con objetos a la manera de Gusti en Medio elefante).

     Quiero ser justo, empero, la historia no es mala. Se trata de un acercamiento necesario en un momento donde las distancias generacionales parecen ser insalvables. Sin embargo, el título mismo del libro promete otra cosa, juega con los sentimientos del lector y, a diferencia de relatos como Una luz diminuta, defrauda al resultar ser una propuesta mucho más costumbrista de la que se presume por la presentación del libro y el título. Quizá, a lo mejor, se trate de una nueva alegoría, donde se nos pretende decir, que mejor no esperemos mucho de nuestros sueños.

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