Escrito
por Horace Walpole
Traducido
por Ana María Rodríguez Sánchez
Publicado
por Calixta Editores
Recomendado
para jóvenes lectores
Novela gótica
– literatura inglesa
Dice la historia que Álvaro Mutis
escribió La mansión de Araucaima porque alguien le había dicho que no se
podía escribir una historia gótica ubicada en el trópico. Gran parte de esto
descansaba sobre la idea de la necesidad de los largos pasillos, los ecos, el
claroscuro y el frío. Así que Mutis se dio a la tarea de desmentir esa idea.
Quien haya leído La mansión de Araucaima podrá haberse dado cuenta que
el autor se las arregló para construir un relato gótico con todas sus características,
su paranoia, excentricidad y locura en una casona enorme que se caía a pedazos.
Mutis triunfó, aunque la idea de lo gótico sigue siendo todavía muy europea.
El castillo de Otranto comenzó
con el género de terror gótico en la segunda mitad del siglo XVIII. Ya están en
esta novela todos los elementos que explotará luego Drácula, por
mencionar un ejemplo. Stoker explota al máximo los elementos del gótico en las
descripciones de ese castillo habitado por el conde, un castillo laberíntico
que es habitado por la oscuridad, y cuando no es por la oscuridad es por la más
absoluta penumbra, alcanzado solo por tímidos rayos de sol. Con todo, El
castillo de Otranto no consigue transmitir miedo o espanto, a lo sumo
ciertos elementos inquietantes en un relato que encuentro a medio camino entre
Shakespeare y Sir Gawain y el Caballero Verde.
Todo comienza con la aparición de un yelmo gigantesco que
cae sobre el único heredero varón de Manfredo, príncipe de Otranto. Al hacerlo,
descubrimos de paso, que una oscura maldición pesa sobre el castillo y el
principado. A medida que avanzamos, descubrimos las intenciones de Manfredo,
quien como Macbeth esconde secretos terribles, aunque, en contraste, está
acompañado de dos ángeles, su esposa e hija. Manfredo busca a toda costa
mantener la posesión de su castillo buscando incluso divorciarse de su esposa,
quien ya no puede darle descendencia, para casarse con quien fuera a ser su
nuera. Por supuesto, la profecía, aquella que reza que “el castillo y el
señorío de Otranto dejarían de pertenecer a la actual familia cuando su dueño
creciera tanto que no pudiera habitarlo”. (p. 8)
A medida que Manfredo se adentra
en su iniquidad, se escuchan extraños ruidos en el castillo, las plunas del
penacho del yelmo se mueven y un criado ve un pie gigantesco en medio del
castillo. En medio de todo esto, la hija y la futura nuera de Manfredo,
encuentran al que puede ser el amor de su vida. La resolución, sin embargo, es
brutal y moralista.
El castillo de Otranto es
una novela necesaria para quien se adentra en la arqueología de las obras de
terror, pero no del todo satisfactoria para el lector de ocio, pues,
precisamente, al sentar las bases del género tiene elementos por explotar que
obras posteriores refinan y trabajan de mejor manera. Un ejemplo de ello se
encuentra en el manejo de la atmósfera y el entorno, que encuentra grandes
exponentes en Poe, Lovecraft y Shelley. Su gran valor, como ya se ha
mencionado, recae en ser el primero de su especie, las demás obras aprovecharán
los cimientos que dejó, al punto que, muchos años después, un colombiano se
atrevió a trasplantar, con éxito, esa misma idea al trópico.
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