ACERCA DE LA PIRATERÍA



Contar es escuchar. Sobre la escritura, la lectura, la imaginación es un libro de Ursula K. Le Guin, publicado por allá en el 2018, sobre el que me enteré a principios de este año y que ya no encuentro en librerías, o si lo hago se encuentra a precios exorbitantes.  Su versión digital se encuentra gratuita en la red. De hecho, tengo esa versión guardada en mi tableta, pero, en este momento no me he acercado a ella. Después de leer algunos de sus textos, la he dejado, porque quiero, necesito de alguna manera, tener ese libro. Vale la pena que ocupe un lugar en mis estantes. He renunciado a mi quehacer pirata en esta época. 

He sido pirata. He leído libros conseguidos de manera ilícita de diferentes fuentes en internet en formatos doc, epub o PDF. No hay orgullo en ello, pero tampoco vergüenza. He intentado en algunos espacios conversar acerca del tema, pero por lo general me encuentro con dos posiciones: la completa negación o una aceptación acrítica del fenómeno. La primera, es representada por Isa Cantos, quien en algún tuit se despachó insultando a todos los piratas y no permitió una discusión al respecto, invitando, de paso, a que la dejara de seguir. De otro lado, Danny, mi antiguo dealer de libros no deja de sabotearme en twitter por el mismo motivo cuando intento ganarme algún libro en internet. De hecho, algunas personas creen, sin fundamento, que no compro libros, que todo lo que leo es pirata. Nada más lejos de la verdad. Empero, hay muchos libros que solo poseo en formato digital, que no he adquirido previamente. Contar es escuchar es uno de ellos. 

La segunda posición es la de quienes digitalizan y emplean libros digitales principalmente. Es algo que se hace y sobre lo que no se reflexiona, simplemente porque se asume la carga social respecto a la situación y porque se considera que se está obrando bien de alguna manera, aunque tampoco se habla sobre ello. Los piratas esgrimimos nuestras patas de palo, nuestros parches en los ojos y nuestras banderas de calavera, como una forma de identificarnos, pero no conversamos sobre ello. 

Hay posiciones intermedias. Durante esta pandemia hubo una liberación de libros en PDF desde las mismas editoriales, pensando, sobre todo, en la población más joven, buscando mitigar así sus largas horas muertas. Ante esto hubo una enorme discusión, en la que incluso una voz de enorme peso como la de María Teresa Andruetto participa. Ante ello dice, en una publicación del primero de mayo en su Facebook, que titula: Modesta opinión sobre los Derechos de autor y la pandemia

Los lectores leemos de prestado, los lectores vivimos prestando (y perdiendo) libros y yendo a bibliotecas y comprando usado y leyendo PDF o ebooks o fotocopias además de hermosos libros en papel, cuando podemos comprarlos. Muchos lectores no pueden pagar los libros, o por lo menos no pueden pagar tantos libros como quieren/necesitan leer. No es de ahora, es de siempre. Cuando alguien lee un libro de cualquier manera, como lo encuentra, como le llega, es porque le interesa; muchos a su vez enseñan, recomiendan, hacen que otros muchos lean (incluso compren tal vez) ese libro, lo hacen circular y es por eso que -como el mundo es redondo, el mundo gira- antes o después algunos terminamos publicando muchos libros, teniendo muchos lectores, también cobrando regalías por eso que escribimos. La lectura siempre estuvo asociada al préstamo, al usado, a la biblioteca, a la circulación subterránea, ilegal, secreta. Esa es una parte de las prácticas reales de lectura en nuestro país.” (Andruetto, 2020, párr. 5)    
     Por supuesto, la posición de Andruetto, además, está ubicada en nuestra actualidad extrañísima. Sin embargo, su posición y la de otros que sumaron su voz a ella y, a su vez, liberaron diversas versiones digitales de sus propios libros a través de una página de Facebook que cusca compartir libros sobre diversos temas. 

     Como escritor (he publicado solo Kair Andrós, narrador de mitos con la editorial Libros y Libros) he asistido a algunas charlas con estudiantes con la consabida fila al final para escribir algunas líneas en sus copias. He firmado originales, fotocopias y ediciones piratas. De hecho, encontré en la Librería Atenas un amplio número de copias piratas de mi libro. Ante lo cual solo sonreí. Comprendo algunas de las razones de la piratería. Veamos algunas de ellas, 

1. Los libros descatalogados. En mi juventud temprana leí Las máscaras de dios de Joseph Campbell, prestado de la biblioteca de la universidad del Valle. Cuatro volúmenes enormes que descubrí y amé de inmediato, porque Campbell es un hombre sabio y un conocedor del alma de la humanidad. Durante años busqué sus libros en librerías de primera y de segunda con el ánimo de comprarlos sin ningún éxito. Conseguí El héroe de las mil caras y otros títulos, pero por más que trasegué a lo largo de los años encontré los cuatro volúmenes. Los libros habían sido descatalogados y la única forma de conseguirlos era, a través de bibliotecas o digital. El acceso a los volúmenes de la biblioteca era, por demás, bastante restringido.  

2. Costos. Leer es costoso. Se suele alegar que no lo es, que los libros valen porque tienen muchos procesos en su cadena de producción; que las personas se gastan en una noche de farra mucho más de lo que podrían gastarse en un libro; que existen bibliotecas, donde el que quiere leer lo puede hacer. 

Empezaré por la última razón. En este momento tengo acceso a tres bibliotecas digitales: La biblioteca Departamental Jorge Garcés Borrero, la Biblioteca Luis Ángel Arango, y la Biblioteca Comfandi. He encontrado muchos tesoros allí que me han permitido ocupar mi tiempo de forma constructiva y creativa. En ninguna de las tres está Contar es escuchar ni Las máscaras de dios, de hecho, tampoco encuentro la trilogía de La quinta estación de N. K. Jemisin. Es importante que nos detengamos aquí. Uno de los argumentos más importantes que dan quienes atacan a los lectores de libros piratas es que hay muchas publicaciones que no afectan las industrias culturales (porque se han vencido los derechos de autor) o que hay formas de acceso gratuitas como las bibliotecas. Lo que se traduce, de una u otra forma, es: lee lo que a bien dispongamos para que leas. 

Si hacemos caso a Manguel, hemos de reconocer que toda biblioteca en su organización obedece a algún tipo de censura (en mi biblioteca personal no hay libros de autosuperación, ingeniería o novelas de romance erótico; en la biblioteca Luis Ángel Arango hay poco de Gaiman o de King, en contraste hay un montón de libros de medicina y arquitectura y biología; la biblioteca de Comfandi tiene alrededor de un millar de títulos; etc., etc., etc.) y que, por tanto, no se puede encontrar de todo. ¿Qué implica entonces que alguien quiera leer El eternauta y no lo encuentre en bibliotecas, no sea de acceso público y no lo encuentre a un precio accesible en la librería?, ¿no debe leerlo? Dejo la pregunta abierta. 

En lo personal, leo un promedio de 80 a 90 libros anuales. Eso implica que, si compro mis libros a un promedio de $45000 pesos, habría de gastarme anualmente unos $3600000; es decir, $300000 mensuales. Aclaro que un solo volumen de Las mascaras de dios cuesta $138000 (por fortuna para mí, este año he podido comprarme los 4 volúmenes reeditados por Atalanta. No todos tienen esa posibilidad).

3. El desabastecimiento. Antes de la pandemia compré La quinta estación, de N. K. Jemisin, el primer volumen de la trilogía de La tierra fragmentada. El mundo propuesto por esta novelista es impresionante. Sin embargo, me encuentro sin poder comprar el segundo. LA Librería Nacional, donde suelo comprar la mayor parte de mis libros, ofrece el tercer volumen, pero no tiene el segundo. Una situación de hace varios meses. Mi lectura, por tanto, ajustándome a los límites de la legalidad, se encuentra parada. 

Estas son las tres primeras razones que se me vinieron a la mente al escribir sobre el tema, sobre el que espero se abra algún debate. Empero, sé que hay más, porque escribo desde el punto de vista de alguien que puede permitirse algunos gastos en libros, en un país donde hay personas que no tienen acceso a bibliotecas, pero sí tienen plan de datos en su celular y leen omnívoramente, que se están formando a despecho del obstáculo de la legalidad. El principal argumento dado por quienes apoyan la legalidad, lo hacen apoyados en la afectación que se hace a millones de trabajo en las editoriales. Este es un meto muy relevante, porque el acceso al trabajo es un derecho universal. Sin embargo, dos estudios realizados en la Unión Europea, en el 2013 y el 2015, contradicen estas afirmaciones. Pueden leer algo de ellos en: https://propintel.uexternado.edu.co/la-pirateria-en-internet-no-afecta-las-industrias-culturales/ y en: https://elpais.com/cultura/2017/09/22/actualidad/1506089798_350851.html
 
Podríamos seguir extendiéndonos sobre el tema, abordando aspectos tanto éticos como económicos o democráticos. Empero, creo que la discusión se sirve y que es necesario realizarla.

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