Escrito
por Luis Sepúlveda
Publicado
por Editorial Planeta
Recomendado
para jóvenes lectores
Novela
Hay un cierto
romanticismo acerca de la vida en la selva; un imaginario acerca de quienes son
capaces de vivir en ella y quienes no; la selva, pensamos, es capaz de devorar
los últimos restos de nuestra cordura. Y, curiosamente, podemos tener razón. La
selva tiene su propia lógica, una lógica que a quienes vivimos entre muros,
sofocados por el concretos, nos es ajena. Esta historia, es una historia de la
selva.
Un viejo que
leía historias de amor está protagonizado por una persona romántica hasta
los tuétanos. De esos personajes prototípicos, todo dureza y todo candor, todo
ello a un solo tiempo. Un personaje que puede llegar a ser inexorable y, al
mismo tiempo, es profundamente sensible. Un tipo duro que solo quiere que lo
dejen en paz, que puede pasar por indolente, y, al mismo tiempo, es sabio. Se
llama Antonio José Bolívar y habita un pequeño pueblo donde los problemas lo
van a buscar en la forma, cómo podría ser de otra forma, de cazadores y forasteros.
Es, también, no podía ser de otra forma, una oportunidad para redimirse por sus
pecados y errores.
Hay mucho de
ternura aquí. La lectura de novelas de amor no es una cuestión de descarte o fatalismo,
es un descubrimiento súbito y, al mismo tiempo, una decisión meditada. Se
descubre de un momento a otro sabedor de que puede leer, de que en algún
momento había aprendido a leer, y se enfrenta a una biblioteca para definir ese
gusto.
Se trata de un
relato sencillo. Uno simple, de esos que se arrancan en algún punto del día y
que se te va clavando hondo y que temes que suceda lo peor al final y que no
quieres terminar, porque página tras página ese desenlace que parece inevitable
se vuelve más inevitable, porque no puede ser de otra forma. Al final, en la
noche o en otra parte del día que no terminan de identificar si es el mismo o
una jornada diferente a la que comenzaste la lectura; así, simplemente te descubres
otro. Piensas que te gustaría conocer Venecia, por ejemplo, ya que eres capaz
de mensurarla, y que necesitas unos labios a los que besar ardorosamente. Y
entonces te quedas meditando, qué es con exactitud eso de ardorosamente.
Piensas en esa palabra, y piensas en esa ciudad improbable, y descubres que
Antonio José Bolívar Proaño vive contigo.
Fue la muerte
quien me descubrió a Sepúlveda. Así, descubrimos a veces, que la muerte no es
el último paso que se puede dar.
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