Escrito por Oliver Sacks, Daniel J.
Kevles, R.C. Lewontin, Stephen Jay Gould, Jonathan Miller
Robert B. Silvers (Ed.)
Traducido
por Catalina Martínez Muñoz
Publicado
por Ediciones Siruela
Recomendado
para grandes lectores
No
ficción – divulgación científica – ensayo
Llegué a este libro buscando algo de Oliver
Sacks. Dicho de otra forma, esperaba algo escrito por entero por Oliver Sacks,
por suerte para mí no obtuve lo que quería.
Como lector, es común que se rebusquen nuevas
lecturas a partir de las recomendaciones de otros lectores o de redes que se
tejen a través de lecturas realizadas o categorías relacionadas, como géneros,
ilustradores o editoriales. Sin embargo, la búsqueda por categorías en muchos
casos puede no llevar a salir de determinaos nichos, puesto que se convierte en
una suerte de ouroboros, de serpiente
que se muerde la cola. Por eso, a menudo, a manera de ejercicio, busco salirme
de mi propio nicho, la ciencia ficción y la fantasía, para explorar otras
lecturas. Con todo, Oliver Sacks, hace parte de otro de mis nichos de lectura:
los casos singulares de la neurología. Esta vez no fue así.
Historias de la ciencia y del olvido cuenta
con cinco apasionantes ensayos de divulgación científica, que exploran los
vericuetos de la ciencia, algunos caminos explorados, fallas en nuestra
percepción de lo que implica la ciencia y como algunos conceptos fueron
descubiertos.
El primero de ellos es el de Oliver Sacks.
Explora las razones por las que muchos descubrimientos científicos no se
tuvieron en cuenta en su momento, hasta que uno o dos siglos después, se
descubre lo increíblemente avanzadas que eran las teorías de nuestros
antepasados. Casi, también, es una negativa a la idea romántica acerca del
avance científico a través de los saltos intuitivos, puesto que estos saltos no
se hacen en el vacío, sino en una sociedad, con todo lo malo y lo bueno que
ello implica.
El segundo de ellos es de Daniel J. Kevles,
de quien nunca había sabido antes, pero quien se embarca en una apasionante
historia acerca de los descubrimientos científicos que se han ido engarzando
hasta lograr nuestra comprensión, al menos la de los científicos, de lo que es
el cáncer. Es un ensayo exigente, del que no estoy seguro de haber entendido
por completo, pero que nos muestra también que el camino de la ciencia no avanza
de forma lineal y sólo se puede avanzar si se trabaja en grupo, a menudo
relacionando investigaciones que pareciesen no tener nada que ver la una con la
otra.
El tercero es de R. C. Lewontin. Es un
ensayo apasionante acerca de la relación del desarrollo genético y el entorno,
siendo este mucho más íntimo de lo que se suele suponer. Si algo me gustó de
este autor es su claridad y brevedad.
El cuarto fue una bofetada para el amante a
la literatura y para el investigador humanista. Lo escribe Stephen Jay Gould, y
comienza haciendo un paralelo entre la capacidad oratoria de los artistas y los
científicos,burlándose infinitamente de los primeros que se atan a las páginas
que escribieron, a su gramática, descuidando al público a tal punto que ni
siquiera proyectan imágenes en sus presentaciones. Remata en la entrada con
esta afirmación, “(…) las dos diferencias fundamentales entre estas profesiones
ponen de manifiesto la intuición superior de los científicos en lo que a uso de
lenguaje y de estilo de comunicación se refiere.” (p. 124) La guasonada no
tiene de hecho, mayor objetivo que analizar como las imágenes, la
representación del saber científico influyen en una mala comprensión del
concepto de evolución. Es un ensayo maravilloso y magistral, del que los artistas
deberíamos aprender.
El quinto, de Jonathan Miller, se centra en
el proceso del descubrimiento de la idea de inconsciente, pero en la acepción
inglesa, no freudiana. A decir verdad, me resutó tan latoso en contraste con
los anteriores, que lo pasé casi de largo, saltándome diversos fragmentos y
bostezando abiertamente.
Historias
de la ciencia y del olvido es un libro que el lector termina casi sin darse cuenta,
puesto que es engañosamente grueso (las márgenes son amplias, el interlineado generoso
y el papel grueso) y reconociendo que la ciencia no es objetiva, no puede
serlo, y que depende de otras narrativas que la rodean.
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