Escrito e ilustrado por Fernando Vilela
Traducido por Beatriz Peña Trujillo
Publicado por Babel Libros
Recomendado para Lectores en marcha
Libro ilustrado – literatura brasilera
Hubo una época en que el término guerrero
hacía referencia a una persona de características morales y físicas superiores.
En occidente su máximo exponente fue el caballero, incluso podríamos aventurar
el nombre de Arturo como su representante máximo. En Oriente, quizá el samurái
fue su mayor representante. Ambas figuras, la del caballero y la del samurái,
cedieron sus lugares ante el advenimiento de las armas de fuego. Así, el
enfrentamiento cuerpo a cuerpo y las características asociadas a él, fueron
desplazadas por una única habilidad: la rapidez para accionar un arma de fuego.
En este caso, su mayor representante fue el cowboy.
No me extenderé sobre la desgracia que implica el cowboy como héroe, para eso les invito a leer Shibumi de Trevanian,
un trhiller de los 70´s u 80´s, que
entre otras cosas se encarga de burlarse de los gringos y los volvos por igual.
Sin embargo, es importante la degradación que va de unos referentes a otros. Y,
por supuesto, la cosa se complica, porque en la actualidad, nuestra mitología
está compuesta por paramilitares, es decir, la Liga de la Justicia, Los Vengadores,
y cualquier otra asociación de superhéroes. Durante toda mi vida el ejercicio
de la guerra ha sido glorificado. Lo que no se dice es que la guerra en la vida
real implica muchas otras cosas. Ese es el aspecto central de Cacería.
Hay un hombre que quiere volar. Quiere
surcar el cielo y se convierte en piloto. En concreto, se convierte en un piloto
de guerra. En tanto, en tierra firme hay otro hombre que se solaza en su
increíble puntería. Una puntería que lo lleva al ejército. Ambos hombres
pertenecen a dos bandos diferentes. Jamás se han visto el uno al otro. El
primero, descubre con horror que el misil que ha disparado, el que le han
indicado las coordenadas que sus superiores le han enviado, se dirige a una
cancha de futbol, no a un almacén de armas o a un cuartel general del enemigo.
Las coordenadas son de una cancha de futbol. Confronta a Control. Control le dice que debe haber una
razón, que siga a su próximo blanco. El piloto se descontrola, se pone al
alcance de una batería antiaérea que derriba su avión. El hombre se lanza en
paracaídas a tiempo y es capturado por aquel otro que tiene buena puntería. Resumiré,
ambos viven, renuncian a ser cazadores y
presas, se dan cuenta de que, por encima de todo, son humanos.
Cacería
es un texto prosaico. Tiene poca riqueza lingüística. No hay gran uso de
figuras literarias, incluso podría tratarse de un informe. Pero los hechos, los
hechos que narra están cargados de un simbolismo precioso que hace que vivamos
cada hecho junto a sus protagonistas cada disparo, cada desencuentro, cada
arrepentimiento, cada temor, como si fueran propios. A esto ayudan también las
ilustraciones, donde el rojo, el blanco y el negro son protagonistas. Sin embargo
es el rojo, el color de la sangre y el crepúsculo, el que sobresale, el que
impregna cada página.
El resultado es un libro excelso que da
cuenta de las atrocidades de la guerra, sobre todo de esta nueva guerra, la
denominada “guerra limpia”, en donde los enemigos ni siquiera se ven los unos a
los otros. Una guerra alienante que parece que tuviera lugar en el escenario de
un videojuego donde se puede retomar el juego donde se pierda o se pueda
reiniciar si se desea.
Por supuesto Cacería es crudo, debe serlo, y conducirá a muchas preguntas y diálogos
incomodos. Por desgracia, son diálogos necesarios. La buena literatura suele
conducir a ellos.
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