EL PAÍS DE LAS ÚLTIMAS COSAS



Escrito por Paul Auster
Traducido por María Eugenia Ciocchini
Publicado por Seix Barral
Recomendado para jóvenes lectores
Novela

     En La carretera Cormac McCarthy muestra un mundo postapocalíptico  donde el tesoro más preciado es un carrito de supermercado. El mundo de McCarthy es frío, oscuro, sin esperanza, aunque nunca nos dice que sucedió para que todo llegara a ser así.  Aunque no sea su propósito, Auster, en el país de las últimas cosas parece describir el mundo mientras se está yendo a pique. Sin embargo, ni siquiera la ficción de La carretera nos puede preparar para el horror que nos describe Auster.

     El país de las últimas cosas está dividio en dos grandes partes. La primera de ellas es ominosa, brutal y desesperanzadora. Parece que nos pintara un mundo mágico y oscuro. Así comienza,

Éstas son las últimas cosas –escribía ella-. Desaparecen una a una y no vuelven nunca más. Puedo hablarte de las que yo he visto, de las que ya no existen; pero dudo que haya tiempo para ello. Ahora todo ocurre tan rápidamente que no puedo seguir el ritmo. (p. 11)

     Este abrupto inicio pudiese introducir un mundo donde la magia impera y donde los gnomos curiosos pudiesen ir desapareciendo las cosas de las casas con lentitud. Sin embargo, nada más lejano de ello. Anna, pues es ella quien narra, escribe a un amigo más allá de las fronteras del país que ahora habita. Anna ha ido a ese país a buscar a su hermano, un reportero, quien se encuentra perdido. Pronto se perderá ella también.

     En el país de las últimas cosas todo se está agrietando y desapareciendo, depredado por un gobierno corrupto que se ha ido devorando a sí mismo, y con él ha ido pervirtiendo a sus habitantes, en quienes no parece existir un mayor apoyo de solidaridad o decencia. No hay carreteras, no hay casas, las personas se devoran entre ellas – a veces de forma literal-, hay diversos grupos, afecciones, asociaciones y gremios, que en ocasiones luchan por la supervivencia, en tanto en otras sólo luchan por una mejor muerte.

     En la segunda parte ingresamos con asombro a una historia, la de Anna, en esa suerte de averno. Con asombro, porque a pesar de lo que se nos ha descrito, de alguna manera se puede vivir allí. En El país de las últimas cosas, un espacio-tiempo que es en sí mismo una afrenta para todo lo que es bello y justo y bueno, se puede vivir, y se puede encontrar espacio para la belleza, para el amor y, quizá, para algo de esperanza.

     La obra de Auster se encuentra plena de una melancolía enorme que desafía al lector en cada página, más aún, cuando reconocemos en ese mundo pérfido más de un reflejo nuestro, de nuestro territorio, de nuestros vecinos.

El país de las últimas cosas no es una obra acerca del optimismo, es la descripción de un mundo donde uno de los objetos más valiosos puede ser un carrito de supermercado, pero donde también hay lugar para la esperanza.

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