CAMINOS CONDENADOS



Investigación realizada por Diana Ojeda
Texto de Pablo Guerra
Ilustraciones realizadas por Camilo Aguirre y Henry Díaz
Editado por Pontificia Universidad Javeriana y Cohete Cómics
Recomendado para jóvenes lectores
No ficción

     Caminos condenados es el relato perfecto de las dificultades que tiene Colombia para llegar a un verdadero acuerdo de paz. En este caso, los hechos narrados tienen que ver con Montes de María, una de las regiones del país más golpeadas por la violencia, en la que destacaban los enfrentamientos entre la guerrilla y los paramilitares. Se podría pensar entonces, que una vez estos protagonistas de la violencia desaparecieran- en este caso a partir de la desmovilización paramilitar del 2007- sería el momento en que la paz y la concordia regresarían, en momento en que el león pacería con la oveja. Por supuesto, nada más lejos de la verdad. En el 2008 llegó otro tipo de fauna, los empresarios.

     Por supuesto, la idea de que en una zona cualquiera del país llegue tal nivel de desarrollo que las empresas, cualquier tipo de ellas, puedan llegar debería ser aplaudida. Sin embargo, las cosas nunca son tan sencillas. Una zona rural tiene reglas y formas de entendimiento que se encuentran más allá de las parcelas y los territorios; tienen dinámicas que les son propias, formas de diálogo, certezas y creencias con las que se identifican. Con la llegada de los empresarios llegaron nuevas formas de relacionarse, de entenderse y de cultivar. La relación con la tierra se convirtió en una relación exclusiva de producción, donde no hay un gran lugar para las relaciones humanas ni de las comunidades. Así, la idea de diálogo y concertación se pierde, pues la idea que se impone es la de la ley. El efecto colateral en este caso es que los antiguos accesos, lógicas y caminos fueron reconfigurados en función de los empresarios y no de la comunidad que estaba ahí con anterioridad. Uno de los resultados fue sencillo y brutal, el tiempo que se tomaba antes para acceder a un pozo con agua potable, en el momento, con los caminos condenados y las vueltas que hay que dar, ese tiempo pasó a ser de tres horas.

     Además de ello, varias fuentes de agua han resultado contaminadas por el uso de pesticidas que emplean los empresarios en sus monocultivos. La lógica de la comunidad comienza a verse trastocada, y las formas de relacionarse entre hombres y mujeres también. El propio imaginario de la comunidad comienza a ser trastocado, quienes tienen sus propias parcelas y cultivos, comienzan a pensar que es mejor ser empleados que productores ellos mismos. La posibilidad del sueño, de la construcción, es reemplazada por un imaginario centrado en servir al otro, en convertirse en otro engranaje del sistema. Los monocultivos imperan.

     Sí, hay trabajo, hay salud, no hay enfrentamiento entre grupos armados, pero las comunidades no son los que eran, y antes de haber podido recuperarse se han visto invadidas de nuevo; desplazadas de su propio centro. Algo de la violencia física se ha ido, pero la violencia estructural y simbólica está ahí presente. Ahora están encerrados en su propia casa, como los protagonistas de Casa tomada, el cuento de Cortázar. 

     Mucho de todo esto se encuentra en Caminos condenados, un libro que problematiza sin dar ninguna respuesta a las preguntas que abre. No es esa su función. La nuestra es pensar sobre estas situaciones y escoger caminos que nos lleven a situaciones donde haya más equidad, donde la posibilidad de la paz sea real.

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