HISTORIAS DE WINNY DE PUH



Escrito por Alan Alexander Milne
Ilustrado por Ernest H. Shepard
Traducido por Isabel Gortázar y Juan Ramón Azaola
Editado por Editorial Valdemar
Recomendado para los pequeños
Libro ilustrado

     Winnie the pooh, Winny de Puh, o, que me aspen si entiendo por qué, Winny el Puff, nos trae la imagen de un oso  de felpa, torpe para más señas, y unido en nuestro imaginario a una pequeña camiseta roja. Hay que enfatizar que el último aditamento es en realidad de Disney.

     Comenzaré diciendo que esta edición, que contiene tanto a Winny de Puh como El rincón de Puh, tiene una presentación dirigida a los adultos recordándoles, palabras más, palabras menos, que no es ninguna señal de tara o trastorno mental leer un libro dirigido a los niños. Añade,

Ocurre que Winny de Puh de A. A. Milne es una obra maestra tan apta para un niño de diez años, como para un adulto de un buen nivel cultural. Es más, los que pueden tener dificultad para apreciar este libro son los chavales de catorce –a esa edad se quieren cosas serias y no las ocurrencias de un oso de peluche- y las personas mayores que no leen “tonterías”, sino Libros Que-Merecen-La-Pena (postura tan inteligente como la Trampa Astuta para cazar pelifantes que dice Winny). (p. 7)

Winny de Puh es un oso de felpa. Un oso de felpa con la cabeza llena de felpa. Es un oso tontarrón, caído del zarzo, iletrado, alejado por completo de la cultura occidental, a la que solo accede a través de sus amigos y de mensajes con muy mala ortografía, y de, por supuesto, Christopher Robin. Hay que tener en verdad una cierta edad para poder apreciar algo así.

No leí a Winny de Puh en la niñez. De hecho, lo había intentado leer y lo había despreciado. Sin embargo, al ver la película Christopher Robin, un reencuentro inolvidable, encontré la película con una añoranza de la niñez tan grande, y al personaje de Puh con una idiotez tan sensata, tan llena de sabiduría, que no pude por menos intentar ingresar de nuevo en sus páginas. Entrar al Bosque de los Cien Acres nunca había sido tan liberador, tan catártico. No ingresé pensando en Disney y su factoría del mal, lo hice pensando en que corría el año de 1926 y un niño pequeño bajaba arrastrando por las escaleras a su oso de peluche. Un oso de peluche que tenía su propia vida más allá de las de su dueño, que por cierto no era su dueño, si no su amigo. El amigo de un oso tontorrón. Por cierto, el verdadero nombre del oso no es Winny, es Eduardo, aunque eso pronto se nos olvida.

A medida que hablamos con Winny de Puh, nos damos cuenta que no podemos habalr solo con él, pues no es un individuo aislado. Junto a él se encuentran Porquete, Búho, conejo e Iíyoo, incluso Kanga y Ruh. De hecho, me sorprendí al saber que el hiperquinético Tigle sólo aparecía en la segunda parte, El rincón de Puh. 

Puh dice poemas, Porquete tiene miedo, Conejo se sabe reconocido, y entre todos llevan una vida plácida marcada sobre todo por las comidas y los encuentros entre amigos. También hay aventuras, por supuesto; hay Frusbos, Frisbos y Pelifantes; hay ahogamientos, inundaciones y rescates; y enormes sacos de heroísmo e insensatez. Sin embargo, lo que me costó encontrar, lo que no supe sino hasta hace poco, es que Winny de Puh es una obra que defiende la necesidad de no hacer nada, de detenerse en las cosas pequeñas de la vida, en los juegos inútiles, en el ocio. Así, Christopher Robin y Puh hablan acerca de lo que más le gusta al pequeño, hacer Nada.   
“- ¿Cómo haces Nada? – preguntó Puh después de pensarlo un buen rato.
- Bueno, es cuando la gente viene a llamarte justo cuando estás saliendo para ir a hacer eso: “Qué vas a hacer Christopher Robin” y tú dice “Oh, nada”, y entonces vas y lo haces.
- Oh, ya veo- dijo Puh.
- Significa simplemente ir por ahí, escuchar todas las cosas que no se oyen y no preocuparse.”  

Quizás pienses que ya conoces a Winny de Puh, ese oso tonto amarillo que sabes de Disney. Sin embargo, yo, que no sé de las películas, te puedo decir que hay una gran dulzura en El Bosque de los Cien Acres, y que haces bien si ingresas en él, y conversas con esta alegre pandilla. Eso, claro está, si no te avergüenza que te vean en las manos con un libro para niños. 

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