LA VELOCIDAD EN LAS FERIAS DEL LIBRO


Sé la importancia de las ferias del libro, como vitrina y como espacio de encuentro alrededor el libro y de los autores; en ocasiones, ya las menos, también como espacio para encontrar descuentos, saldos y propuestas que hagan más plácida la vida del lector. Una feria del libro es un momento que se espera por autores y editores, para el encuentro con su público, con la audiencia, con el auditorio; un espacio para la discusión de ideas y también para la presentación de novedades.

Con todo, debo reconocer que debido a una misantropía que parece ser cada vez más acusada, las ferias del libro a las que he asistido este año me han dejado con un mal sabor en la boca. No porque hayan sido malas (una de ellas apenas está comenzando, la Feria Internacional del Libro de Cali, que va hasta el 22 de octubre) ni manejen conceptos erróneos o ajenos a lo que debe ser una feria del libro, no. La cuestión es más simple, y quizás por ello más brutal, pues golpea de lleno contra la concepción que tengo de lectura, se trata de la velocidad.

Tanto la Feria del libro de Bogotá como la Feria del libro de Cali -la primera veterana, la segunda en crecimiento-, se caracterizaron al final por lo mismo, una afluencia tan grande de personas, que detenerse a mirar un libro, a ojear más de dos o tres páginas de un cómic, a admirar la portada de una nueva publicación de Alicia en el País de las Maravilla, sin tener la sensación de ser un estorbo para doscientas personas, era casi imposible. El caudal de gente es enorme, todos mirando, escogiendo, conversando, comiendo, llamándose a voz en cuello, riendo, haciendo casi increíble que en verdad estos encuentros sean espacios en los que se celebre la lectura.


Y es aquí donde encuentro el contrasentido, pues en lo personal la lectura es un espacio de paz, de encuentro conmigo mismo, de sosiego; un espacio en donde puedo hallar a mis demonios en buena lid y olvidarme un poco de todo, y acordarme un poco de todo. No he encontrado nada de eso en las Ferias del libro, y creo que se va acercando para mí el momento de irme despidiendo al final de ellas, pues es de un tren del que siento que ya es hora de bajar. Me encantan los libros, la lectura, el silencio –aunque lea con mis audífonos a todo taco, se trata de silencio-, la paz que puedo hallar entre las letras; necesito ese tiempo para encontrarme con las letras y ya no puedo hacerlo entre tanta oferta y demanda.    

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