Autor: Luis María Pescetti
Ilustrador: N.T. Ilustraciones
Editorial: Fondo de Cultura Económica
Recomendado para: Jóvenes lectores
Poesía - Género epistolar
Este año al ingresar a la Filbo,
los dioses se confabularon y quisieron que nuestra entrada fuera por el Pabellón
infantil y juvenil. Por supuesto nos encontramos
con viejos conocidos, Babel editores, Ediciones Monserrate, Colsubsidio, Plaza
& Janes y Norma, entre otros. También nos sorprendió encontrar un enorme
espacio central auspiciado por Ecopetrol y que este año se hayan fusionado los
espacios de LIJ y de publicaciones didácticas. Digo que nos sorprendió, porque
consideramos que tanto docentes como padres de familia están lo suficientemente
confundidos acerca de los que es la LIJ, como para que se le refuerce la idea
equívoca de que la LIJ ha de estar supeditada a la didáctica y la pedagogía.
Uno de los espacios más grandes
sin embargo, además del de Ecopetrol –que por cierto no vende ni edita ni
distribuye libros- fue el del Fondo de Cultura Económica, quienes –oh sorpresa,
para nosotros acostumbrados a la Librería Nacional de Cali- si sabían acerca de
los libros que tenían y nos ofrecían, tanto que al detectar nuestras
inclinaciones, decidieron casi sepultarnos en libros. Así fue como descubrí
esta pequeña maravilla, porque no otra palabra puede definir este libro de Luis
María Pescetti.
De Pescetti conocía Caperucita Roja, tal y como se la contaron a
Jorge, amen de sus cancioneros, su página web (www.luispescetti.com) y videos como Tongo tongo o Bale bale pata zum. Sin embargo todos estos textos están referidos
principalmente a la franja infantil, lo que me desconcertó desde el inicio con
la presentación de este libro. Cartas al
Rey de la Cabina, tiene una portada sobria, podríamos decir discreta, en
donde juegan sólo los colores rojo, blanco y negro y se adivina un hombre bajo
una sombrilla. Todas las ilustraciones del libro siguen esta orientación. No
hay dibujos bien perfilados ni empleo de colores primarios ni caricaturas, ni ningún
elemento ilustrativo asociado a los libros para los más pequeños. Sabiendo,
empero, que Pescetti era un buen autor, me arriesgué –comprar un libro sin
recomendaciones, sin haberlo leído con anterioridad, es siempre un riesgo- y
fue el primero de esa lluviosa tarde bogotana.
No pude leer Cartas al rey de la Cabina, ni esa tarde ni al día siguiente ni al
siguiente –estaba leyendo ese engorro que significó para mí El cementerio de Praga, de Umberto Eco-.
Hasta que un buen día lo tomé rumbo al trabajo y no me pude despegar de él en
todo el trayecto. Cartas al rey de la
Cabina es un libro sencillo, que atrapa, que sujeta, que persuade y sumerge
al lector en los sucesos que canta. Acciones que no son sencillas para un libro
de alto contenido poético como este. En él, nos encontramos con Paloma, quien
escribe una serie de cartas a su amado, quien la ha abandonado para irse a
vivir allá en lo alto (topo de las
alturas). A través de múltiples
metáforas Paloma va trazando su amor y las causas probables, sus hipótesis de
rompimiento, de lo sucedido, para al fin pasar a la resignación y los amables
recuerdos. Pero no llamemos a engaño, en estos momentos en que los amores
sobrenaturales se hallan en el centro de la Literatura adolescente, no hay aquí
melodrama alguno ni clichés; la ternura en la que está inmerso las cartas de
Paloma están plenas del descubrimiento del acto poético y de súbitas
explosiones de ira y reclamos a todo lo establecido,
¿Vas a ser un boticario
contando los años que nos separan? (…) ¿Ordenarás tus
instrumentos de metal? ¿Te vas a peinar al medio? ¿Cuidarás los puños de tu
camisa? Deseo haberme equivocado. El Señor Perro Guardián que te acompaña no
merece mi enojo y le ruego que te gruña en mi nombre, que muerda tus talones y
se mee en tu merienda. (…) Quiero que
sepas que te mentí y tengo aún menos de los que te dije. Tengo cinco años.
Tengo tres. Mi abuelo me lleva de la mano a la escuela. Estoy en el vientre de
mi madre. ¿Y a ti que te importa? ¿A quién se lo debes? No bajes si esperas que
el mundo sea menos cruel o que tú seas menos cruel. (pp.
40-51)
Hay
fragmentos y momentos que recuerdan La
tregua de Mario Benedetti, y en
lugar de ser menoscabo ese recuerdo también es melancolía y alegría.
Quien quiera
encontrar un libro en donde la poesía se conjugue con el género epistolar, se
encontrará tarde o temprano con esta pequeña joya, que nos advierte que es posible escribir para el público juvenil sin caer en los consabidos clichés de nuestros días.
Me gustó.
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