Escrito
por Juan Villoro
Ilustrado
por Gabriel Martínez Meave
Publicado
por Fondo de Cultura Económica
Dirigido
a Lectores en marcha
Novela
– Literatura fantástica
Hay una larga tradición de libros que
hablan de libros. En eso la literatura es onanista. Así, abundan los personajes
escritores, redactores, lectores y bibliotecarios. No hay forma de evitar que
un escritor, tarde o temprano, haga referencia a la maravilla que son los
libros. Quizá la más famosa de esas figuras la encarnó el mismo Jorge Luis
Borges, quien hizo de sí mismo un personaje.
En esta tradición recuerdo, en primer
lugar, La historia interminable de Michael
Ende; libros como Firmin –me aburrió;
El club Dumas de Arturo Pérez
Reverte; y, más recientemente, Persona
normal de Benito Taibo. Por lo general son libros inteligentes que
funcionan tanto en el nivel narrativo como de referencia.
Por otro lado, en la LIJ (Literatura
infantil y juvenil), esa tradición suele funcionar de la siguiente manera:
Chico es apartado del orden normal de su vida y se encuentra con un adulto
exótico, por decir lo menos, que le permite el ingreso a la literatura a través
de una biblioteca o de un volumen en particular. Por supuesto, este acceso a la
lectura transforma al joven héroe y lo convierte en un apasionado lector por el
resto de su vida. El tópico ha llegado a ser tan manido que Lemony Snicket lo
parodió de diversas formas en Una serie
de catastróficas desdichas. Esta es la principal dificultad que presenta El libro salvaje. Una dificultad que no
supera a ciencia cierta.
Por otro lado, El libro salvaje presenta un tipo de lector que no me es simpático.
Un lector que es subestimado, cuando no infantilizado en demasía; un lector que
no puede acceder a un diccionario y que tiene dificultades de concentración; un
lector que no debe pensar mucho y al que se le presentan los hechos sin que
tenga que pensar mucho (un lector hembra, creo que lo denomina Cortázar). A
esto se le debe sumar que, aunque Villoro busca de forma evidente incentivar la
lectura en el lector, hace referencia superficial a libros clásicos, en tanto cuando
debe mencionar otros libros que alimentan la trama y que son relevantes para la
solución propuesta, se inventa una serie de libros con tramas simplonas,
evidentes y pertenecientes a una tradición literaria presentada y superada en
la segunda mitad del siglo XX.
En este orden de ideas, Villoro también se
enfrenta a una dificultad enorme cuando se presentan en los argumentos hechos
estéticos como el mejor poema de amor, la mejor novela de misterio, o el cuadro
más bonito. Es difícil porque se le propone al lector un ideal que no se
alcanza y, como en este caso, decepciona. De hecho, El libro salvaje parece tener un final apresurado, indigno de la expectativa
que a su alrededor ha generado.
Por último, un aspecto que resume las
dificultades de este libro de Villoro se encuentra en el aspecto gráfico, pues
las ilustraciones son correctas, están bien realizadas, incluso son atractivas,
pero no muestran en ningún momento que tengan alma, que en algún momento
alguien se haya arriesgado en su ejecución.
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