LA HIJA DEL REY DEL PAÍS DE LOS ELFOS




Escrito por Lord Dunsany
Traducido por Rubén Masera
Editado por Visión libros
Recomendado para jóvenes lectores
Novela – fantasía
    

     John Ronald Reuel Tolkien, en su ensayo Sobre los cuentos de hadas afirma, 
Ancho, alto y profundo es el reino de los cuentos de hadas, y lleno todo él de cosas diversas: hay allí toda suerte de bestias y pájaros; mares sin riberas e incontables estrellas; belleza que embelesa y un peligro siempre presente; la alegría, lo mismo que la tristeza son afiladas como espadas. Tal vez un hombre pueda sentirse dichoso de haber vagado por ese reino, pero su misma plenitud y condición arcana atan la lengua del viajero que desee describirlo. Y mientras están en él le resulta peligroso hacer demasiadas preguntas, no vaya a ser que las puertas se cierren y desaparezcan las llaves. (Tolkien, 2002, p. 13)  

Mucho antes que Tolkien se hubiera adentrado a indagar en Fantasía, hubo un hombre que no sólo entró en el mundo de las hadas, sino que encontró las palabras para describirlo. Lejos de los maravillosos elfos del creador de El señor de los anillos, Lord Dunsany da cuenta de un mundo frío, ajeno al tiempo y pleno de prodigios. El resultado de ese viaje es La hija del rey del país de los elfos.

Todo comienza cuando el pueblo de Erl clama a su señor por tener un gobierno presidido por “(…) un señor dotado de magia” (Dunsany, 1983, p. 11). Así las cosas, el señor envía a su hijo Alveric para que entre a Fantasía para desposar a la hija del rey del país de los elfos. Y así, cumpliendo una antigua profecía, Alveric, armado con una espada mágica –creada por una bruja- entra al país de los elfos y encuentra a la hija del rey del país de los elfos, y la besa y la trae de nuevo a las tierras que nos son familiares. Y no fueron felices ni comieron perdices, porque ella no pudo comprender los usos de estas tierras, ni entender las costumbres de los hombres. Tampoco pudo entender porque no podía adorar a las estrellas, y en cambio debía inclinarse ante los artefactos que empleaba el sacerdote que enseñaba el camino de el Libertador. Así que, por el poder de una runa –ignoro si la palabra usada originalmente por Lord Dunsany era esta o si se trata de una interpretación del traductor- la hija del rey del país de los elfos, quien mora en un castillo que solo puede ser descrito en las canciones, retorna al país de su padre. Y aun así, ahí no acaba la historia, pues Alveric aún a cargo de su hijo Orión, deja todo atrás para ir en búsqueda de la hija del rey del país de los elfos.

El resultado es un relato pleno de misterio y poesía y oralidad; un relato donde se puede encontrar humor, intriga y maravillas. Sin embargo no hay amor en esta obra. No es el amor lo que impulsa a Averic ni al señor de todos los elfos ni a Orión, ni a la hija del rey de todos los elfos. No es el amor lo que los motiva. De hecho, es difícil saber que motiva a los personajes, es difícil conectarnos con los protagonistas. Encontramos las bellezas de las tierras feéricas, sabemos de las dificultades y argucias enfrentadas por Alveric, sabemos del temor sobre la temporalidad que pesa en el corazón del rey del país de los elfos; pero no encontramos amor en Alveric, ni por su hijo, a quien abandona sin siquiera despedirse, ni por su esposa a quien ve marcharse y añora y luego sale a buscar.

Con todo, La hija del rey del país de los elfos es una construcción formidable de Lord Dunsany, un autor injustamente desconocido en las nuevas generaciones y que antecedió la obra de Lovecraft y Tolkien y Borges y Le Guin. Una obra sin parangón, que se atreve a llevar al lector al corazón de un castillo que solo puede ser descrito en canciones.     

FUENTES DE CONSULTA:
Tolkien, J. R.R. (2002). Árbol y hoja y el poema Mitopoeia. Tercera reimpresión. Barcelona: Editorial minotauro.    

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