Literatura de terror y escuela.



Hace mucho, pero mucho tiempo, cuando aún era joven, buscaba ganarme la vida ofreciendo en los colegios actividades de promoción de lectura. Por supuesto la oferta especial eran los talleres. Talleres de creación literaria, de lectura en voz alta para padres, sobre fantasía y ciencia ficción para adolescentes (las personas más convencionales del planeta) y para los niños, para los niños tenía, ¿Conoces los monstruos?  El  portafolio de servicios de aquel entonces estaba lleno de fotografías de actividades, pero mucho más de imágenes de fantasía. En especial de monstruos. Se trataba por supuesto de un error publicitario. Yo hacía el portafolio pensando en los niños y adolescentes, olvidando que la idea le tenía que gustar a un rector o un docente, al menos a la secretaria, quien me permitía en últimas hablar con el rector o los docentes. Era un error de novato por supuesto, debo declarar que era un error nacido de toda la buena intención que tenía al respecto. Las pocas veces que pude hacer el taller en algunas instituciones educativas, los niños lo disfrutaron –al menos eso creo- y sus aportes siempre fueron muy creativos. Trabajamos sobre monstruos mitológicos, e incluso se hablaba sobre dinosaurios, junto a  las obligadas brujas y la patasola y la madremonte y el sombreron. Cantaban felices chumba la cachumba y yo invocaba la lluvia a su pesar.
Hubo algunos sitios donde jamás pude ingresar, claro está. La publicidad es un asunto que un trabajador freelance debe saber manejar en el campo cultural. Empero, luego me enteré, que había un elemento adicional que me impedía las entradas a muchos colegios. No se trató de los precios basados en la sobrevaluación de mis aptitudes. Por medio de una amiga que laboraba en el colegio X, me di cuenta que lo chocante eran los temas que pretendía trabajar.
Muchos de los colegios, tenían una clara vocación religiosa, y los monstruos le caían mal.
Hay una cita de Javier Marías el Tu rostro mañana que he usado hasta el hartazgo, y que no citaré ahora, que habla de la necesidad que los cuentos de hadas, con todos sus elementos de terror, para poder vivenciar el miedo de una manera sana, una manera en la que pueden ir asumiendo la angustia y la ansiedad y la tristeza, siempre a través de un personaje o situación identificatorias, y al mismo tiempo extrañas.
Desde muy temprano -al contrario de los adultos, o al menos del adulto en que me convertí- los niños buscan las historias de terror, aquellas donde está el monstruo. Son felices escuchando los relatos donde el gigante se acerca cuchillo en mano al pequeño héroe y grita a voz en cuello que se lo va a comer. Asocian la felicidad con esos acontecimientos, por la sencilla razón que no les ocurre a ellos. Saben que eso puede acontecer, pero no a ellos. Es una forma vicaria –por representación- de enfrentar la desazón, el abandono y el dolor. Eso también es un aprendizaje, Y quizás acaso no sólo se identifiquen con el agresor, si no que se sepan gigantes frente a los más pequeños y aprendan a su vez que tienen que controlarse y no ser abusador, porque pueden aprehender de esta manera que es lo que pueden producir en los otros. Y, a lo sumo, si viven estas situaciones, también pueden respirar un poco más tranquilos al saber que no sólo les pasa a ellos que  el mundo fue y será un porquería, ya lo sé, en el 506 y en el 2000 también…
Necesitamos del miedo, de la misma manera que necesitamos de la valentía (que no es ausencia de temor, sino capacidad para encararlo), de la nobleza, del amor y de la amistad. Los niños lo saben, desde los más tiernos amorales, hasta aquellos que hunden sus raíces en la temprana juventud. Lo sabemos nosotros, que leemos a Stephen King y Neil Gaiman y las noticias que siempre aparecen en el periódico. 
Lo que más me ha sorprendido empero, es que sean algunos seguidores religiosos quienes se oponen a este tipo de lecturas. Ellos, quienes tienen a disposición en El apocalipsis, uno de los libros más oscuros y brutales y desesperanzadores (lo digo con todo el respeto del caso), escrito por la mano de uno de los fundadores de la iglesia católica. En él se pueden hallar algunas de las escenas más escalofriantes y profundamente perturbadoras, que hacen parte de la cultura occidental. En el imaginario católico se inspiran textos bellísimos como La divina comedia y El paraíso perdido, que poseen imágenes plenas de terror y de éxtasis.  Curiosamente podrían no ser considerados relatos aptos para los niños. Tal vez entonces tampoco se pueda hablar de los sacrificios que hay en la historia de los mártires católicos, quienes en muchos casos murieron rezando a dios, mientras sufrían cruentos castigos.
De las aulas de clase debería, entonces, ser retirado el  Diario de Ana Frank, que relata las vicisitudes que tuvieron que vivir millones de judíos durante ese instante perverso y nefasto conocido como El holocausto
Hay también escenas de Shakespeare que hablan de lo desconocido y de lo siniestro, El Quijote, se halla edificado sobre un personaje de moral dudosa, Pippin Longstocking, desafía la autoridad adulta, Los cuentos de los hermanos Grimm, hablan de infanticidio, antropofagia, lujuria y avaricia, Cien años de soledad va más allá y relata una historia que gira alrededor del fantasma del incesto, en tanto que el elefante Élmer puede ser señalado de una conducta harto dudosa y Rey y rey es un libro que podría inducir el homosexualismo.
Sin embargo aún hablamos de los docentes como mediadores de lectura, alguien con quien los niños pueden compartir sus miedos, resquemores, dudas e imprecisiones que pueden surgir cuando se enfrentan a un texto. Alguien que los ayuda a encontrarse con la literatura. Y esta,  en últimas, no es un reflejo de los perversos Teletubbies, sino de toda la complejidad que se encierra en el corazón humano…


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