El álbum de la película.



Me gusta el cine. Al igual que muchas personas estoy pendiente de los estrenos y de lo que pasa en el mundo de Hollywood. Me encantan las versiones de algunos libros y después de “El señor de los anillos” de Peter Jackson dejé de pelear con los directores porque no incluían todas las escenas que aparecen en el libro. Entiendo que existe algo llamado adaptación.

No soporto sin embargo la versión impresa de las películas. Detestó esos productos de marketing que las películas más exitosas pretenden pasar por libros y que se instalan a millares en las góndolas de los supermercados. Estos insufribles productos van desde los libros para colorear hasta los álbumes de las películas o los diarios de los directores (Stephenie Meyer amplió el espectro al diario de la autora en “Crespúsculo”).

Por supuesto que hay muchas razones para que estos productos sean exitosos. Por un lado los lectores en formación se encuentran con personajes y tramas predecibles a fuerza de conocidas, desde otro punto de vista buscan prolongar el placer y la emoción que otorga la película. En principio no habría nada de reprochable en estos pseudolibros, incluso son mucho más económicos que otro tipo de texto.

El problema se halla en el lenguaje. Al igual que una novela o una serie de televisión, el objetivo de este producto secundario del marketing es llegar al mayor espectro posible de público. Para ello el principal sacrificado es el lenguaje, tanto el gráfico como el alfabético. Esto es más evidente cuando se trata de películas con mayor elaboración argumental, lo que aparece entonces en juego son varios tomos que descomponen el argumento en secuencias narrativas más fáciles de seguir por el lector. El vocabulario es reducido para que pueda seguirlo tanto el niño de tres años como el de diez. Los gráficos se reducen a meros fotogramas de las películas sin aportar una mayor versión artística. No se trata en este caso de una adaptación sino de una reducción de lo cinematográfico a lo impreso. Pierden en este proceso tanto los cinéfilos como los lectores. Como consecuencia de esto tenemos lectores que se van formando en productos textuales fáciles y poco exigentes.

Encontrar este tipo de productos en las bibliotecas, tanto personales como públicas, es descorazonador en tanto tenemos la exigencia como padres, docentes, mediadores y promotores de lectura en rodear a los lectores en formación de los mejores textos posibles.

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