Escrito
e ilustrado por Einar Turkowski
Traducido
por Moka Seco Reeg
Editado
por Libros del Zorro Rojo
Recomendado
para Lectores en marcha
Libro
ilustrado
Einar Turkowski parece escribir libros
tranquilos, libros en donde el gran conflicto, entendido como aquel
enfrentamiento del hombre con su adversario no se encuentra. El conflicto que
plantea Turkowski es, principalmente, consigo mismo. Así, sus personajes son
sencillos, solitarios, observadores y silenciosos. Por supuesto, La montaña no es la excepción.
Verbigracia, los protagonistas de este
relato ilustrado son un hombre y una montaña. De la montaña hay diversos
relatos, todos ellos siniestros, casi parece una montaña extraída de un cuento
de Lovecraft, pues se dice de ella que se le han visto luces extrañas, que
proyecta una sombra antinatural, y que quienes se acercaban a su falda se
perdían de forma irremediable; de ellos nunca se volvía a saber. O si se les
volvía a ver eran otros, prestos a descubrir cosas extrañas en todas partes. Del
hombre no hay mucho que decir. Es un poco observador, pues nota el desafío en
la falda de la montaña. Un desafío que no es más que un letrero que reza:
¿sabes ver? Del hombre se puede decir que no se arredró ante la provocación.
La
montaña es un relato que elude el gran conflicto. Es un relato de
contemplación, pues el hombre no se encuentra con gigantes o grifos, ni tan
siquiera una buena nevada como hubiese ocurrido de encontrarse atravesando
Caradhras. El discurrir de las páginas es lento, el encuentro con las novedades
es tranquilo; cada paso es un desafío, y cada descubrimiento ilumina los ojos
del lector, lo obliga a demorarse en el escarabajo que atraviesa una línea, en
la hierba que va atravesando las letras.
Esta obra de Turkowski es un relato corto
inscrito en una alta página blanca que puede estar en su mayor parte vacía.
Empero, el lector sabe agradecer la limpieza de la maquetación, en tanto la
tersura de la página en blanco le invita a proyectar sus propias impresiones en
las montañas, sus propias esperanzas, sus propios temores. En este mismo orden
de ideas, donde otros autores hubiesen preferido proyectar imágenes onerosas,
plenas de elementos siniestros o perturbadores, Turkowski exhibe sus ilustraciones
que se hayan a mitad de camino entre el inventario y lo barroco. Tiene líneas
muy limpias en algunos aspectos, pero en otros recarga sus imágenes llenándolas
de etiquetas y números y referencias, invitando al lector al juego de encontrar
figuras o inventar sentidos.
Así, el lector se encuentra ante una obra
que funciona como la consabida metáfora de la cebolla, entre más se visita más
significados se le encuentra, como ante toda verdadera obra literaria.
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