LA ESTACIÓN DE LA CALLE PERDIDO



Escrito por China Miéville
Traducido por Carlos Lacasa Martín y Manuel Mata Álvarez-Santullano
Editado por La factoría de ideas
Recomendado para Grandes lectores
Novela – ciencia ficción
    
     Uno de los mayores retos de la fantasía y la ciencia ficción es, sin duda alguna, hacer posible para el lector un mundo que se desprende del mundo de referencia, pero que al mismo tiempo busca alienarse de él. Ha de decirse que este reto fue superado ampliamente por China Miéville. No hay en este libro un solo elemento que no reconozcamos, y al mismo tiempo que no nos sea extraño.

     La estación de la calle Perdido comienza narrando una historia que a la mitad se tuerce en otra cosa y que, cuando pensamos que el autor ya se había olvidado de lo que había planteado al principio –así también es la vida, así también nos sucede, reflexiona el lector frente a ello- nos confronta de nuevo con ello y lo emplea como elemento para dar la estocada final al relato. Miéville narra la historia de un garuda, un hombre alado, que ha sido mutilado por la justicia de su raza como forma de castigo por una falta que no comprendemos. Este garuda busca a un hombre, una suerte de inventor, de científico marginal, que pueda ayudarle a recuperar la posibilidad del vuelo. Es ahí cuando entra en juego Isaac, un humano, quien además de ser científico, es el amante de una artista khepri, una alienígena, que es una suerte de mixtura entre humano e insecto. Sin embargo, en medio de este pequeño triángulo se encuentra un cartel criminal y una raza de criaturas extradimensionales que se alimentan del alma de los habitantes de Nueva Crobuzon. A esto habrá que añadirle toda una estructura social, un mundo que ha trascendido el tiempo y el espacio y aun así no posee internet ni teléfonos celulares, y cuyas inteligencias artificiales se alimentan con tarjetas perforadas; un mundo donde la magia y la ciencia se encuentran al mismo nivel.

     Nueva Crobuzon, escenario de la historia es descrita de la siguiente manera,

          A Nueva Crobuzon no le convencía la gravedad.
     Los aeróstatos flotaban de nube en nube como babosas sobre repollos. Las cápsulas de la milicia recorrían el corazón de la ciudad hasta sus límites, los cables que las sostenían vibrando como cuerdas de guitarra a cientos de metros de altitud. Los draco se abrían paso sobre la conurbación, dejando un rastro de defecación y profanamiento. Las palomas compartían los cielos con las chovas, los azores, los gorriones y los periquitos fugados. Las hormigas voladoras y las avispas, las abejas y las moscardas, las mariposas y los mosquitos, libraban una guerra aérea contra un millar de predadores, aspis y dheri que iban a por ellos. Los gólems ensamblados por estudiantes borrachos aleteaban sin mente por el cielo, con torpes alones de cuero, papel o corteza de fruta que se caían en pedazos en su travesía. Incluso los trenes, que desplazaban incontables hombres, mujeres y mercancías por la gran carcasa de Nueva Crobuzon, bregaban para sostenerse sobre las casas, como si temieran la putrefacción de la arquitectura.
     La ciudad se erigía inmensa hacia los cielos, inspirada por las vastas montañas que se alzaban al oeste. Purulentas losas cuadradas de diez, veinte, treinta plantas horadaban el cielo. Estallaban como gruesos dedos, como puños, como el muñón de miembros que se agitaban frenéticos sobre la marejada de las casas inferiores. (p. 59)

     Adicionalmente a este escenario brutal, Miéville pone en juego un conjunto de héroes lunares, criaturas que buscan cumplir su deber sin esperanza alguna, embarcados en una empresa condenada de antemano al fracaso y a los que nadie agradecerá. Proscritos, perseguidos, decadentes, hijos del crepúsculo y de los márgenes.

     Empero, La estación de la calle Perdido no es una obra perfecta. A pesar de su atractiva estética steampunk, de la riqueza de sus descripciones y la construcción de sus personajes, se siente en ocasiones que construye un mundo demasiado grande y que le cuesta controlarlo. Así, personajes como criminales y gobernantes, se quedan rápidamente en la penumbra y son injustamente olvidados; en tanto en otras ocasiones, surgen criaturas como el consejo de constructos o Jack Mediamisa. Por otro lado, al lector que le gusta sentirse desafiado, al lector que le intriga la forma en que se construyen mundos maravillosos, al lector que le gusta encontrarse con nuevos universos, esta historia se le hará fascinante.

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