Escrito por Thomas Mann
Traducido por Joan Parra
Editado por Ediciones B Grupo Zeta
Recomendado para Grandes lectores
Novela – Tetralogía
Hay cuatro escaques con puertas que quedan
abajo a la izquierda de la biblioteca de mi cuarto. En él se encuentran títulos
como Fausto de Goethe; Los papeles del Club Pickwick de Charles
Dickens; una edición de Aguilar de las Obras
Completas de William Shakespeare; otra edición de Aguilar de El ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha con la segunda parte apócrifa de Avellaneda; una edición de Crítica
de El Conde Lucanor de Don Juan
Manuel en su versión original, con sopotocientos pies de página para poder
entender ese idioma enrevesado que alguna vez fue español; un Moby
Dick de Melville editado por Bruguera, Don
Camilo y El regreso de don Camilo
de Giovanni Guareschi, y dos volúmenes de Las
mil noches y una noche, en versión de Vicente Blanco Ibañez, traducida de
la traducción francesa de J. C. Mardrus, entre otros tantos títulos. No todos
los he leído (una biblioteca es un organismo en constante crecimiento, y muchos
de los libros que la componen son aplazados por razones tan diversas como la
experticia o el capricho), de la misma manera que debo decir que no todos estos
volúmenes están en perfectas condiciones. Provienen de muy diversas fuentes y
en algunos casos habitan con opiliones –la palabreja me la enseño Claudia
Bolívar, una antigua alumna- y con una ligera capa de polvo, aunque también han
tenido épocas más desafortunadas, y en algunos casos alcanzaron a ser
perforados por esos enemigos implacables del papel y terror de toda biblioteca.
En otros casos, los trasteos los han estropeado (pobres volúmenes de los
Clásicos Jackson). Ahí, junto con esos volúmenes preciosos, hace más de un año
habitaba la tetralogía de José y sus hermanos.
Thomas Mann es ante todo conocido por La montaña mágica. Es una respuesta
clásica de escolar universitario: Thomas Mann es a La montaña mágica como William Shakespeare a Hamlet. Por supuesto, al igual que Shakespeare, la obra de Mann es
mucho más, tan diversa que abarca, la narrativa, la dramaturgia y el ensayo.
Entre esos títulos se encuentra la tetralogía de José y sus hermanos.
Una
biblia (Lechermeier & Dautremer,2014)dice en su prefacio que
La
biblia es un bien común
Al margen de que se sea o no creyente, nos guste o
no, sus mitos han forjado nuestras sociedades. Se inmiscuyen en nuestra vida
cotidiana y circulan en nuestro inconsciente. (p. 7)
Ese es el mismo sentido en el que nos sumergimos en
este, el primer volumen de la tetralogía. Por supuesto conocemos la historia. Es
narrada en la biblia, ocupará quizá una decena de páginas mal contadas en una
biblia común. Es el relato de uno de los protagonistas más relevantes y conocidos
del Antiguo Testamento, aquel que soñó, que fue profeta de El Señor y fue
elevado ante sus hermanos. Sin embargo, la historia no la escribe El Señor, la
historia no la escribe un diaparaletras de la actualidad, la historia la
escribe un hombre que creía que su deber era hacer arte. Tal vez pagar las
facturas también, pero en principio se dedicaba a hacer arte. Y cada palabra de
este volumen lo demuestra.
Antes de comenzar a contar la historia de José
(Jaacob escribirá Mann, pero también Yísrael, Dios hace la guerra) Mann
considera necesario contar la historia de su padre Jaacob. Así que uno a uno
vamos recorriendo los pasos con él, vemos como engaña a Isaac (Mann escribe
Yítsjak) para ganar la bendición de la primogenitura en lugar de Esaú, como se
enamora de Raquel, como es engañado por Labán y luego engaña a Labán para luego
reencontrarse con su hermano, el Rojo, El bermejo, quien lo perdonará después
de tanto. Sin embargo no se trata de la biografía de un personaje mítico, es la
misma historia del pueblo hebreo (ebreo, escribe Mann), de la construcción del
dios de los judíos, islámicos y católicos lo que se despliega ante los ojos del
lector. No es un dios puro de ninguna forma, es un dios que va evolucionando,
que se va construyendo, que convive con otros dioses, y que es celoso. De
hecho, Mann originará la epopeya de José en el amor excesivo que Jaacob tuvo,
primero por Raquel, y luego por el primogénito de esta, José. ¿Por qué sucede
esto?, porque Elohim era un dios celoso, celoso del amor de Jaacob por Raquel,
pues solo Dios y solo a él se le debe amar de forma desmedida (Mann, 2011, p.
350).
Por supuesto hay mucho que se queda en el tintero y
que podría mencionarse: la posición filosófica, teológica y ética de Mann; la
forma en que pretende definir la forma de pensar de quienes vivieron en esa
época (hay unas disquisiciones increíbles acerca de la identidad de los
primeros patriarcas, en donde Mann sugiere que no hubo un solo Abraham, de la
misma manera que nunca hubo un solo Isaac, pues cualquiera con ese nombre, en
una época en que la idea de sí mismo aún no estaba asentada, podría reclamar el
protagonismo de esos hechos); incluso la misma manera en que declara que
ciertos hechos son verídicos y otros no.
Por supuesto no es una lectura fácil -algo en la
traducción me recuerda las traducciones de Saramago, su forma de construir los
textos-. El preludio Descenso a los
infiernos es una disquisición teológica preciosa que incluso discute la
naturaleza del Paraíso y cómo se fraguó la salida del hombre del Jardín del Edén,
respondiendo de esa forma a la misma voluntad de dios. Después, cuando se comienza
a fraguar la historia habrá dificultades varias acerca de nombres comunes
escritos de forma poco común, no sé si por capricho o en un exceso de
erudición. Sin embargo, de forma curiosa, el lector se siente acicateado por el
reto, estimulado por un autor que considera inteligente a quien lo lee, no como
un corderito a quien hay que darle todo premasticado.
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