Escrito
por: Pablo De Santis
Editado
por: Ediciones Santillana
Recomendado
para jóvenes lectores
Novela
juvenil
Dijo Borges que no hay un actor tan malo
que no tenga una línea que no lo rescate. Ha dicho King que hay que leer
autores u obras tan malas que no tengan que enseñarnos. Yo confieso que una vez
terminé de leer El inventor de juegos
seguí casi de inmediato con el siguiente libro de la saga de Iván Dragó. Sí,
saga, porque en la actualidad los libros para niños deben venir al menos en
paquetes de tres. Pero divago.
Con El
juego del laberinto tenía la idea de terminar de saber lo que había pasado
con el adversario del libro anterior y tenía la esperanza de que en esta novela
las cosas que se habían resuelto abruptamente se definieran con mayor detalle.
Por supuesto, y como debí haber sabido, nada de esto resultó ser así.
Esta segunda novela comienza tiempo después
en el pueblo de Zyl, el pueblo de los inventores de juegos, convertido ahora en
un lugar prospero que ve al fin un futuro. Sin embargo, como es lógico, una
nueva amenaza llega al pueblo siguiendo en este caso la temática del laberinto.
Así, Iván Dragó deberá enfrentar un nuevo adversario que de nuevo lo ha elegido
a él como centro de un nuevo reto. De nuevo pues, la fantasía de cualquier
adolescente narcisista.
Sin
embargo no todo es malo en El juego del
laberinto. Al igual que en su novela anterior, De Santis da pruebas de ser
un narrador competente, ágil, que en esta ocasión muestra algo de evolución en
sus personajes a pesar de lo flojo de sus resoluciones. Dos tópicos me
interesaron. El primero de ellos tiene que ver con la educación. Ante la
amenaza del laberinto los docentes son criticados por no enseñar acerca de los
laberintos en el colegio –ante esto hay que decir que en El inventor de juegos se nombró un currículo destinado al
aprendizaje de todo lo relacionado con la construcción y diseño de juegos. La
materia más difícil era la de escribir las instrucciones.- Una maestra
responde, “Les enseñamos los juegos del día, no los de la noche” (De Santis, 2016,
p.64) y luego, “En todos los países, en todas las sociedades, la gente protesta
por el estado de la educación. Zyl no era la excepción: se oyeron voces en
contra del plan de estudios de la ciudad.” (p. 65)
El otro tópico que me interesó fue la
estrategia empleada por De Santis para dejar ser a los personajes argentinos.
Me explico, en muchos casos, cuando un autor latinoamericano emprende una obra
que busca traspasar fronteras, (excepción hecha de todos los Borges, Cardenal,
Cortazár, García Marquéz y cuanto autor del Boom latinoamericano haya) por lo general falsea su voz, la neutraliza.
De Santos nunca dice el nombre del país en el que sucede su relato, sin embargo
sus personajes vosean con toda confianza, dicen “tratá” y “parecés” con toda
naturalidad (yo no puedo, el revisor de ortografía de Word subraya esas
palabras siempre con rojo). Sin embargo ninguno de estos elementos es capaz de
salvar una novela que hace aguas porque parece subestimar a sus lectores,
porque promete un enorme laberinto y otorga una gymkhana que se resuelve tan solo con cruzar por donde haya un
dibujo o una señal que recuerde al toro.
En
conclusión, De Santis vuelve a incumplirnos su promesa poniéndonos a jugar un póker
con una baraja a la que le ha robado las jotas, las reinas, los reyes y los
ases, por temor a que nos hagamos daño entre nosotros.
Leído.
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