Autora
e ilustradora: Zeina Abirached
Traducido
por: Lucía Bermúdez Carballo
Editador
por: Ediciones Sinsentido
Recomendado
para: Jóvenes lectores
Novela
gráfica
Ya casi es una tradición. A principio de
semana hago mi pedido de libros a la Red de Bibliotecas del Banco de la
República. Por lo regular sé de antemano que no voy a tener mucho tiempo para
leer para mí mismo. Es decir, pido libros para mi paciente, algunos libros para
acompañar mis clases y, porque sé que no voy a tener tiempo para leer, añado a
la lista una novela gráfica. Muchas veces lo hago sin fe alguna, pues de
antemano ignoro que estoy eligiendo; a lo sumo me atrae un título –como en este
caso- o me guio por la editorial.
Por supuesto, todo es susceptible de ser
encontrado, y en ocasiones releo relatos o me encuentro con auténticas joyas,
como en este caso.
En mi niñez era habitual que mencionaran el
nombre de Beirut en la noticias. No recuerdo muy bien que sucedía en Beirut ni
porqué estaba sucediendo, solo recuerdo que en mi imaginario, era un nombre
sinónimo de guerra, de devastación y de dolor. No comprendía, no comprendo lo
que sucedió allá, y no sería capaz de ubicar a Beirut en un mapa más que de una
forma vaga. Sin embargo, debido a esta novela gráfica, puedo entender un poco
lo que es el horror que vivieron sus habitantes.
Como en todo relato de guerra había unos y
había otros. Lo que no suelen decir las historias de guerra es que suelen haber
unos terceros a quienes no les suele interesar lo que dicen los unos y los que
dicen los otros y que suelen ser los primeros que caen cuando se acaban los argumentos
y empiezan a hablar las armas. En estos terceros es que recae el argumento de El juego de las golondrinas.
Esta es una historia sobre el hogar, y
sobre como el hogar es muy diferente a una casa. El hogar es donde nos
encontramos, en el caso de los protagonistas de este relato, una vez comenzaron
las confrontaciones, el hogar comenzó a ser un espacio cada vez más reducido.
Se fueron perdiendo los dormitorios, luego la cocina, la sala y el comedor,
hasta que, como en el cuento de Cortázar, solo se pudieron refugiar en la
entrada a su apartamento. Una entrada en donde también se reúnen varios de los
vecinos del edificio. Se reúnen alrededor de sus propias historias.
Esta es también la historia de una
separación temporal, en donde mamá y papá salen a reunirse con la madre de mamá dejando a los
niños solos. Esta es también la historia de una familia separada que busca
reunirse, puesto que los padres, después de ejecutar “una compleja y peligrosa
coreografía” (p.15) destinada no al goce estético sino a evadir la caída de los
obuses y al francotirador que abarcaba todo con la mirada de su arma.
El tiempo se detiene entonces cuando
comienza el bombardeo. Sin embargo, lo más cruento es que ya no hay temor, es
decir, hay una tensión constante por saber si la familia se vuelve o no a
encontrar, pero no hay miedo como el que sentiríamos si de repente hay una gran
explosión justo mientras estás leyendo, justo mientras yo estoy escribiendo.
Los habitantes se han habituado a la guerra, como los habitantes de Israel que
miran si el apartamento que van a comprar tiene una habitación del pánico, un
búnker en el que refugiarse una vez dan inicio los bombardeos. Hay tensión sí,
y hay un calor de hogar, pero también hay un hastío enorme, una capacidad
enorme de acostumbrarse incluso al horror.
El juego
de las golondrinas es una novela gráfica cercana en la estética a Persépolis. Sin embargo, donde Pérsepolis narra la historia del
crecimiento de una mujer en un mundo que se derrumba y se construye, El juego de las golondrinas narra un
instante de un continuo escape. Una obra que no nos ayuda a escapar de la
realidad sino a entenderla un poco más.
Me gustó mucho.
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