Esta es una de esas fotos conseguidas de
manera espontánea. Como se puede ver la biblioteca de aula no es gran cosa; sin
embargo, cuando se logra que un grupo de estudiantes trabaje alrededor de ella,
los resultados son más que satisfactorios.
La última entrada del diario
terminó para mí con una suerte de sinsabor, de cosa falseada, de frase mal dicha.
Es decir, pareció de alguna forma que había encontrado algún tipo de respuesta
y que os la estaba comunicando. Nada más lejos de la verdad, por supuesto. No
se trata de esto este diario, se trata de buscar, de construir respuestas. La
biblioteca de aula es parte de esto, claro, pero está muy lejos de ser un todo
constituido.
Como lo había mencionado en la entrada
anterior, comencé el año pasado con un puñado de libros que llevé en un baúl
que arrastraba conmigo todos los jueves a la misma hora al grupo del que era director
de grupo. Los libros comenzaron siendo resumidos y en ocasiones les leía unos
cuantos párrafos, no más. Los libros comenzaron a ser llevados en préstamo y
fui llevando unos más. Como siempre, no llevé contabilidad alguna acerca de
libros prestados o mirados en algún momento. Sin embargo, consideré que chicos
entre 14 y 16 años se llevaran libros y se los recomendaran entre ellos, era
suficiente para mí.
Lo bueno de los diarios es que permiten
también digresiones, seguir el discurrir de los pensamientos de una manera no
lineal, casi caprichosa. Por ejemplo, ¿os habéis preguntado alguna vez cuantas
actividades de promoción de lectura existen para adolescentes? A pesar de que
Daniel Pennac ya dio a entender en Como
una novela la infinita soledad de un adolescente enfrentado a los libros,
la única respuesta ha sido dada por las editoriales, reproduciendo ad nauseam la fórmula maravillosa de
Harry Potter y luego de los libros de romances trágicos y realistas. En este
sentido los promotores/ mediadores de lectura ha concentrado todos sus
esfuerzos en la primera infancia. En relación a la lectura en los adolescentes
se han dedicado a condenar a los booktubers
y los productos premasticados de las editoriales, pero, en apariencia, sin
dedicarse a indagar con mayor profundidad sobre la problemática.
Sin embargo, con un mediador dispuesto a
hablar, a discutir, a razonar, a reconocerlos, los adolescentes leen. Leen como
quien se alimenta de crispetas, pero leen y pasan pronto a otras cosas,
comienzan a construir una historia lectora que a veces parecemos ignorarles. De
la misma manera parece que nosotros tenemos un olvido selectivo acerca de la
calidad de nuestras primeras lecturas, o de los intereses que teníamos en esas
primeras lecturas (todavía no olvido que en uno de sus Trópicos Henry Miller
describe una escena en donde termina metiéndole una zanahoria por el culo a una
de sus amantes).
En este sentido la biblioteca de aula fue
una forma de comenzar a dialogar con ellos.
Leído.
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