PÁGINA DE DIARIO. Cuarta entrada. 12/XII/2016




                Esta es una de esas fotos conseguidas de manera espontánea. Como se puede ver la biblioteca de aula no es gran cosa; sin embargo, cuando se logra que un grupo de estudiantes trabaje alrededor de ella, los resultados son más que satisfactorios.   
 

     La última entrada del diario terminó para mí con una suerte de sinsabor, de cosa falseada, de frase mal dicha. Es decir, pareció de alguna forma que había encontrado algún tipo de respuesta y que os la estaba comunicando. Nada más lejos de la verdad, por supuesto. No se trata de esto este diario, se trata de buscar, de construir respuestas. La biblioteca de aula es parte de esto, claro, pero está muy lejos de ser un todo constituido.

     Como lo había mencionado en la entrada anterior, comencé el año pasado con un puñado de libros que llevé en un baúl que arrastraba conmigo todos los jueves a la misma hora al grupo del que era director de grupo. Los libros comenzaron siendo resumidos y en ocasiones les leía unos cuantos párrafos, no más. Los libros comenzaron a ser llevados en préstamo y fui llevando unos más. Como siempre, no llevé contabilidad alguna acerca de libros prestados o mirados en algún momento. Sin embargo, consideré que chicos entre 14 y 16 años se llevaran libros y se los recomendaran entre ellos, era suficiente para mí.

     Lo bueno de los diarios es que permiten también digresiones, seguir el discurrir de los pensamientos de una manera no lineal, casi caprichosa. Por ejemplo, ¿os habéis preguntado alguna vez cuantas actividades de promoción de lectura existen para adolescentes? A pesar de que Daniel Pennac ya dio a entender en Como una novela la infinita soledad de un adolescente enfrentado a los libros, la única respuesta ha sido dada por las editoriales, reproduciendo ad nauseam la fórmula maravillosa de Harry Potter y luego de los libros de romances trágicos y realistas. En este sentido los promotores/ mediadores de lectura ha concentrado todos sus esfuerzos en la primera infancia. En relación a la lectura en los adolescentes se han dedicado a condenar a los booktubers y los productos premasticados de las editoriales, pero, en apariencia, sin dedicarse a indagar con mayor profundidad sobre la problemática.

     Sin embargo, con un mediador dispuesto a hablar, a discutir, a razonar, a reconocerlos, los adolescentes leen. Leen como quien se alimenta de crispetas, pero leen y pasan pronto a otras cosas, comienzan a construir una historia lectora que a veces parecemos ignorarles. De la misma manera parece que nosotros tenemos un olvido selectivo acerca de la calidad de nuestras primeras lecturas, o de los intereses que teníamos en esas primeras lecturas (todavía no olvido que en uno de sus Trópicos Henry Miller describe una escena en donde termina metiéndole una zanahoria por el culo a una de sus amantes).


     En este sentido la biblioteca de aula fue una forma de comenzar a dialogar con ellos.  

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