Autor: Ursula K. Le Guin
Traducido por: Matilde Horne
Editorial: Minotauro
Recomendado para: Jóvenes
lectores
Novela
Quizás
el manuscrito Voynich sea el mejor ejemplo de lo que resultaría una obra de
literatura fantástica completamente lograda, alejada de tal manera de lo que
conocemos que su comprensión sea imposible. Así, la literatura fantástica sólo
podría ser considerada exitosa con la invención no sólo de un mundo completo
ajeno al nuestro, sino que el lenguaje empleado para su escritura fuese también
inventado, incluyendo los mismos grafemas en los que se escribe.
Esto
explica por ejemplo que las grandes obras de literatura fantástica y de ciencia
ficción suelan ser de una complejidad lingüística, no por el gusto de serlo,
sino porque suelen proponer al lector mundos tan diversos que tienen que
detenerse un mayor tiempo en describirlo. En este orden de ideas, cuando muchas
de estas obras deben ser traducidas al mundo audiovisual, suelen tomarse mucho
tiempo en describir el funcionamiento del mundo en el que se hayan inscritos,
lo que hace lento el trascurso de los sucesos. Cuando más fácil es una obra de
ficción, de alguna manera más puntos en común
tiene con nuestro mundo de referencia.
Este
pequeño prólogo no quiere señalar en ningún momento que la obra de Ursula K. Le
Guin sea insufrible o en exceso compleja, con un lenguaje demasiado exigente,
pero sí que al comienzo puede sentirse un poco pesada, un poco ampulosa,
En aquel
entonces Kargard era un imperio poderoso. Las cuatro comarcas se extendían
desde el Septentrión hasta el Levante: Karego-At, Atuán, Hur-at-Hur y Atnini.
Los kargos hablaban una lengua muy distinta de las lenguas del Archipiélago o
los otros Confines, y eran un pueblo salvaje, de tez blanca y cabellos rubios,
feroces guerreros que disfrutaban con el espectáculo de la sangre y el olor de
las aldeas en llamas. (p. 19)
Empero,
superado ese primer obstáculo la obra logra en el lector esa atención obsesiva,
propia de los relatos que se consiguen instalar para siempre en la memoria;
esto se debe a la construcción de un personaje principal, Ged, complejo, mucho
más allá de la univocidad de los personajes de novelas juveniles más
contemporáneas como Edward Cullen o Katniss Everdeen. Por el contrario, llama
la atención como el personaje parece menguar
en lugar de crecer, cambia, se transforma y, por tanto, aprende, muta en
algo más de lo que resultó ser al principio.
En
este mismo orden de ideas, algo que podría desconcertar a muchos lectores de
sagas más recientes es que en algunos capítulos, maravillosamente, no pasa
nada. No hay monstruo alguno, no hay espadas en llamas, no hay castillos
viniéndose en ruinas, sólo un héroe que huye (encontrándose) o que caza una
sombra que es mucho más y mucho menos que una sombra.
Un mago de Terramar es una de
esas obras que no sólo atrapa al lector en un primer momento, sino que lo
invita a volver a sumergirse en este mundo de Terramar, tan cerca y tan lejos
del nuestro, una de esas obras que hacen que la experiencia de lectura sea
inolvidable.
Casi leido.
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