Hasta el
momento hemos utilizado dos términos de manera indistinta: mediado y promotor.
Sin embargo, es justo aclarar que existe una que, según ciertos espacios, puede
ser o no importante. Así, el mediador es quien media –valga la redundancia-
entre el material escrito y el lector. Es decir, quien presenta, modela y guía
la lectura de determinado texto y su destinatario final. De esta manera el
docente, en virtud de su oficio y de sus objetivos, es el mediador por
excelencia, puesto que es él quien determina un libro del canon, por lo
general, para ser entregado, esto es mediado, ante el lector en formación, ya
sea un niño o un adolescente.
Por
fortuna, por bien o por mal, no recae solo en el docente el proceso de
formación lectora. Por fortuna existe una figura imbuida de los más tenues
poderes y las exigencias más inciertas, el bibliotecario. Y hemos de decir
tenues e inciertas, porque esos adjetivos describen, en mayor o menor medida,
con mayor o menor justicia, el papel que el bibliotecario funge en las
instituciones educativas. De esta guisa en Colombia podemos encontrar diversos
tipos de bibliotecarios que van, verbigracia, desde el auxiliar de secretaría
hasta el denominado bibliotecólogo; abarcando este camino un gran espectro de
funciones auxiliares y/o principales que convierten esta figura en una suerte
de mago medieval venido a menos, de tan variopintas descripciones ha sido
cargado. Sin embargo, una función habrá de serle inherente, la de promotor. En
este orden de ideas, si el docente media la lectura, o lecturas, de
determinados libros, el bibliotecario se encargará de abrirle al lector en
formación un sinnúmero de puertas y posibilidades entre las cuales perderse.
Donde el docente evalúa el bibliotecario invita, sugiere, susurra. Por supuesto
esto no quiere decir en ningún momento que la función del docente acabe en la
mediación. Si nos retornamos a la sección anterior de este recorrido que hemos
venido haciendo, el docente tiene dos posibilidades que no son mutuamente
excluyentes: por un lado sigue el currículo, por otro lado le roba tiempo y
comparte lecturas con sus alumnos. Mas, si hemos de ser justos, cuando un
docente se encuentra con un bibliotecario, su combinación puede ser invencible.
Con todo,
la figura del bibliotecario, quien promueve el universo de libros contenido
dentro y fuera de la biblioteca, es una figura en permanente construcción, que
ha pasado de ser un burócrata de documentos, aquel que susurraba a los oídos de
las autoridades escolares competentes quien leía libros obscenos (Pantaleón y las visitadoras, por
ejemplo) a ser quien susurra al oído de los lectores cual puede ser la nueva
aventura en la que se pueden embarcar. Así, títulos como Juego de tronos, Corazón de
tinta, Viva la música, Hush-hush, Pippi Calzaslargas, Tom
Sawyer y Lolita, entro otros
muchos libros, adquieren sentido al hallarse fuera del campo de la mediación y
más cercano al campo de la promoción. Dicho de otra forma, lejos de la
formación de competencias lectoras, y más en el terreno de la formación de
hábitos lectores. Esta última diferencia es necesaria, pues a despecho del
Ministerio de Educación y de las editoriales de planes lectores, competencias y
hábitos no son, no pueden ser lo mismo.
De esta
forma, hemos revisado hasta el momento al menos los conceptos de literatura
juvenil y su relación con la escuela, hallando como vasos comunicantes
entrambos las figuras de los docentes y bibliotecarios, los mediadores y los
promotores. Pero si hemos de ser justos, si hemos de ser exhaustivos, aún tenemos
que indagar en otras figuras presentes en las instituciones educativas: quienes
administran –dueños, rectores, coordinadores- y quienes vigilan, bien que mal,
que la escuela cumpla sus objetivos –los padres, en primer lugar y los
organismos administrativos del Estado, en segundo lugar.
Pero, como
hemos venido diciendo, ese es otro tema, y será abordado en otra situación.
Leído.
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