Cuando mi
madre me veía elegir un libro en una librería, siempre me dirigía una pregunta
encantadora y cargada de sentido: ¿ese libro si le va a servir de algo? Era
encantadora porque desde ese entonces, en aquella lejana época de mi
adolescencia, se abrieron las puertas de mi capacidad de imaginación. Así, fui
capaz de argumentar que Parque Jurásico
de Michael Crichton me servía para un ensayo acerca del autismo que estaba
adelantando (que sí me sirvió, que el único que lo entendió fue el profesor es
otra cosa. Por otro lado, mis compañeros de carrera jamás pudieron entender
como la castración operaba en El show de
Truman), que Asimov me servía para ilustrar algunos elementos de psicología
social o que Gibson podía sustentar la alienación social causada por la
tecnología. La ciencia ficción nunca fue difícil de sustentar en relación con
mi elección de carrera, en cambio la fantasía, bueno, la fantasía era otra
cosa. Hoy que vivo de los libros, aún mi madre me sigue haciendo la misma
pregunta, ¿ese libro si le va a servir de algo?
Es ese
mismo afán de utilidad el que guía la escuela. Esa necesidad de sustentar ante
muchos padres la utilidad del libro, la capacidad que tiene el lector en
formación de acabar Antología de los
mejores relatos de ciencia ficción, Cóndores
no entierran todos los días o Cien
años de soledad en un trimestre o menos. Acabarlo, porque ya veremos si
disfrutarlo o entenderlo. Porque, entiéndase bien, para muchos adolescentes la
escuela arruina los libros. Al menos eso manifestó el estudiante de un colegio
en donde una docente, con la mejor de las intenciones, tuvo la iniciativa de
elegir Twilight –Crepúsculo- como libro de English
and literature: El colegio se tira los buenos libros.
Si
concordamos con este estudiante encontraremos una de las grandes dificultades
en la formación de lectores en la escuela. Ante su esfuerzo por formar lectores
competentes, se olvida de formar buenos lectores. Ante el esfuerzo de evaluar
las competencias se olvida de dialogar acerca de los buenos libros, de
construir el amor por la lectura.
Como
mencionamos con anterioridad, el docente mediador no puede alejarse de su rol
como formador de lectores competentes y menos aún de responder ante las
exigencias de los padres y las directivas. Porque los padres y la
administración exigirán buenos resultados en los exámenes, en las pruebas
bianuales, al final del período del bachillerato, al final de la educación
profesional. ¿De qué le sirve leer tanto si no puede responder bien las pruebas
ICFES/ PISA? Esta es la afrentosa pregunta que recibe el lector de Shakespeare,
de Pessoa, de King.
De esta
manera nunca antes la palabra mediador describió tan bien al docente. Una
criatura que se halla justo en el medio entre lo que quiere hacer y lo que le
piden hacer. Así que no hay otra opción que robarle tiempo al tiempo, al
currículo, a las reuniones, a las exigencias administrativas, a la vida en
pareja, para poder construir un espacio paralelo de lecturas que se comparten,
de poemas fugaces, de prosa rauda, que se transmite entre una y otra clase, en
forma de lectura en voz alta, de libro reseñado, comentado, criticado. En medio
de una conversación acerca del libro de moda, del libro que se está leyendo en
otra clase; y recordando que el proceso del niño, del adolescente, difiere
sustancialmente del nuestro, porque él está descubriendo, inventado de alguna
manera autores nuevos, porque aunque estén leyendo a los clásicos, para ellos
son autores nuevos, que reinventan con su voz.
Aclaremos
que el mediador tampoco debe emocionarse. No hay soluciones fáciles ni
universales. Las ventajas de ser
invisible le encanta a las niñas de los últimos grados, ¿pero quién se
anima a leer esas escenas donde Charlie ve que una chica le hace sexo oral a un
compañero? o ¿cómo detenerse cuando se está leyendo Seda y la mitad del grupo se aburre pero la otra mitad se halla en
el éxtasis? o ¿cómo explicarles que El
cobrador de Fonseca, emplea toda esa
carga de violencia en el lenguaje como un reflejo de la violencia en la que se
encuentra inmerso? o ¿cómo explicarles que la mitad de la obra de Bukowski
habla de chochos y pelos y piernas, porque él sólo puede expresarse a través
del cuerpo, que le es lo más cercano, lo más íntimo? y ¿cómo no detenerse
cuando solo uno de los alumnos parece seguir la lectura?
Lo
importante sin embargo, es que el docente no está solo, no debe estar solo,
como mediador de lectura en ese espacio privilegiado que es la escuela.
Pero como
siempre, ese será tema de otra entrada y será tocado en otra ocasión. ¿Aún me
sigues, oh amable lector?
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