Aunque a
menudo se considere lo contrario, también el tiempo de lectura entre los
docentes es robado. Entre informes, planeaciones, reportes, calificaciones,
reuniones con padres de familia, reuniones de departamento y las mismas clases,
es poco el tiempo que nos queda para tomar con tranquilidad un libro y
sumergirnos en la paz que nos dan las letras. Sin embargo lo hacemos. Durante
las últimas tres semanas me he enfrentado al horror que significa finalizar el
año escolar, lidiar con notas, exposiciones, pasar las notas al sistema,
revisar doscientos borradores del estudiante que no se resigna, en tanto le
explicó a mis superiores que al día siguiente le defino la suerte a aquella
estudiante que se ha esforzado pero que no le ha dado la suerte o el tiempo,
porque también a ella le ha tocado responder con mil materias y no le ha
quedado tiempo para leer el Quijote y/o La vorágine. En estas últimas tres
semanas mi único consuelo han sido las páginas de una traducción bastarda,
hallada en la red –las editoriales son lentas, lentísimas-, del último volumen
de “Canción de hielo y fuego”. Cuando me cansaba de leer el enésimo borrador de
la monografía de un estudiante que todavía no terminaba de aprehender las reglas
ICONTEC o aquel que todavía no entendía que el ya que se le había convertido en una horrible muletilla, me
refugiaba en las aventuras de Tiryon (a quien cada vez le va peor) o de Daenerys
(que parece no vivir ni siquiera en el mundo real que corresponde a su mundo
posible). Esas lecturas solían tener lugar entre 11 y 11:30 p.m, después de
dialogar con un estudiante a través del chat, y cuando ya me era imposible
corregir un solo trabajo más.
Nunca fue
para mí más evidente que todo tiempo de lectura ha de ser robado. Por lo tanto
me queda difícil entender, fiel lector, lo que paso a relatar.
En un
colegio “X”, el encargado de la biblioteca decidió premiar con libros a los
mejores lectores de la institución. La condición era muy sencilla, se premiaría
a aquellos alumnos y docentes que hubieran retirado la mayor cantidad de
materiales de la biblioteca durante el año escolar. Hasta ahí todo va bien, por
supuesto, se trata de un pequeño reconocimiento al papel del lector en la
sociedad. Sin embargo, cuando se habló del docente que se había hecho acreedor
a dicho premio, se acordó –por parte de las directivas- que este reconocimiento
se hiciera en privado. La razón que se dio fue muy sencilla, parecía ser
contradictorio que al docente se le premiara por realizar su trabajo, leer.
La cuestión
no deja de ser paradójica porque las mismas instituciones educativas no dejan
tiempo a la lectura por ocio. Es común que al lector, cuando se le encuentra en
ejercicio de su actividad, se le diga desocupado, o se le acuse de falta de
trabajo, por lo que en muchas ocasiones el tiempo de lectura deja de ser sólo robado
para ser también furtivo, secreto, otra fuente de placer prohibido…
leído.
ResponderEliminar¡Todo lo del pobre es robado!
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