En el marco
de la celebración de la Filbo, y a propósito
de la conmemoración del aniversario de la muerte de Rafael Pombo, la escritora
y crítica Yolanda Reyes y la directora de Fundalectura, Carmen Barvo, tuvieron un
educado intercambio de ideas alrededor del papel de las editoriales y el apoyo
estatal a los escritores de Literatura Infantil y Juvenil Colombiana. Reyes (http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/yolandareyes/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-11576825.html)
exigía apoyo, Barvo (http://m.eltiempo.com/opinion/columnistas/otroscolumnistas/proceso-de-seleccin/11619965)
defendía la poca participación de la LIJ Colombiana en la selección realizada
por Fundalectura para el Plan Nacional de Lectura y Escritura, en virtud de la
ausencia de calidad y/o pertinencia para la edad de lo enviado por las
editoriales. Más allá de las razones esgrimidas por amabas, se deja ver un curioso
vacío que está afectando la producción de la LIJ colombiana y es la
responsabilidad editorial.
Las
editoriales colombianas, o dirigidas al sector colombiano, se caracterizan
principalmente por apostar sobre seguro. Como se ha dicho en oportunidades
anteriores, reconocemos de antemano que una editorial es un negocio y, como
cualquier negocio, busca manejar ganancias y disminuir, al máximo, las
perdidas. Sin embargo, al dejar poco margen para las publicaciones arriesgadas
y diferentes, la variedad disminuye y suelen tener una gran cantidad de libros
clones. Tan parecidos, tan uniformes que rayan en la carencia de sentido, que
niegan la diversidad y la cultura.
Además de
Reyes, Vasco, Buitrago y otra media decena de nombres, son pocos los escritores
colombianos que publican con regularidad y, sin demeritar la calidad de sus
trabajos, muchas menos las editoriales que se arriesgan con nuevos nombres a
menos que hayan ganado de antemano un premio literario.
Un ejemplo
de esta particular forma de ceguera la podemos ver con la editorial Alfaguara.
Hace unos pocos años, creo que en el 2004, Alfaguara publicó en su Serie Roja
este libro que es el primero, o uno de los primeros, de la fabulosa serie
detectivesca protagonizada por Flanagan, un detective adolescente. Sin embargo
la descripción del libro es una fría descripción que en nada arroja interés
para el lector (En lo personal, fue después de haber leído los libros de Anaya
que me enteré que No pidas sardina fuera
de temporada hacía parte de la misma saga y, por supuesto, lo devoré), En
un suburbio barcelonés, un adolescente aficionado a la investigación privada
logrará descubrir los tejemanejes de otro joven que, sin estudiar, aprueba con
"demasiada" brillantez sus exámenes. (http://www.alfaguarainfantilyjuvenil.com/index.php?id=197&s=libro)Nada
más. Ni una sola letra más que describa quien es el personaje principal, ni su
relevancia, ni los elementos que puedan hacerlo interesante. De hecho Alfaguara
no ingresa un solo libro adicional de la saga. No porque no de ganancias si no
porque no han ganado premios. Si esto sucede con un libro, con una serie de
libros, que ha probado tener éxito en la población juvenil, ¿qué podemos
esperar de un libro propuesto por un escritor colombiano que apenas esté
comenzando o que no haya ganado premio alguno?
Al respecto
conversábamos con Silvia Valencia que la misma Yolanda Reyes vio publicado su
libro El terror de sexto B porque había
ganado un premio, de lo contrario no habría visto, quizás, la luz pública en
nuestro país.
Las editoriales
que apuestan por los autores colombianos, aún cuando lo hagan de una forma
segura y controlada, son pocas. Entre ellas tenemos a Libros y Libros, quienes
dentro del lanzamiento de su plan lector, decidieron realizar una convocatoria
nacional para incluir nuevos autores colombianos en sus publicaciones. Es
cierto que Libros y Libros tiene como público objetivo el Plan Lector de los
colegios, es cierto que no toma grandes riesgos en sus propuestas –característica
que como ya se ha mencionado, es común a la editoriales colombianas- pero también
es cierto que se está tomando el tiempo para impulsar nuevos autores, que lo
hace a nombre propio y, que de hecho, recibe asiduamente originales que deben
cumplir sólo con ciertos criterios de calidad –si, también de corrección
política- para ser publicados. No veo haciendo lo mismo a Editorial Alfaguara,
Norma ni Babel. De Hecho desconozco –y sé que no sólo soy yo- los mecanismos para
que cualquiera pueda enviarles originales o que estos sean tomados en cuenta –la
editora de Editorial Norma, en su momento, ni siquiera era colombiana, mucho
menos se hallaba radicada en el país.
Reyes y
Barvo apuntan al mismo problema, al mismo hoyo negro que es responsable del
exceso de libros sobre secuestrados, autosuperación, violencia y narcotraficantes.
El mismo hoyo negro que estimula y recomienda sólo libros que mantienen el statu quo, por temor a no vender.
No será la última palabra que mencionemos sobre este tema.
Buen artículo. La discusión que comenzaron las señoras hay que seguirla.
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