Por
supuesto, se está realizando en mi país la Feria Internacional del Libro de
Bogotá –Filbo- que parece ser una de
las más exitosas de los últimos años, no sólo por la cantidad de libros
vendidos si no por la enorme cantidad de actividades y perspectivas sobre la
literatura y la dinámica de los libros en general.
Sin
embargo, y a la par, en la semana que acaba de terminar, se realizan decenas si
no cientos, de otras ferias, más humildes, más limitadas, pero no por ello
menos importantes, se trata de las ferias escolares del libro.
Una vez al
año, alrededor del 23 de abril, todos los años, los docentes de lenguaje y los
bibliotecarios se hallan apurados inventando, organizando, planeando y
ejecutando proyectos alrededor del libro y la lectura preferiblemente. Suelen
acompañarse de invitaciones a grupos de danzas, obras de teatro sobre el
quijote o de Shakespeare, pequeños recitales de poesía, zanqueros, talleres de
escritura, narración oral, plastilina, y cuanta actividad tenga cabida dentro
de esta magna celebración. Por supuesto, todos coinciden en lo mismo, las
ferias del libro son una oportunidad para que el público se acerque a los
libros y el placer que brinda la lectura, intentando abarcar la mayor cantidad
de intereses, desde el más humilde al más pretencioso.
Este tipo
de ferias suelen mostrar los puntos débiles del campo editorial colombiano. En
primer lugar, al ubicarse la mayor cantidad de actividades en el mismo mes, los
vendedores – que no son ubicuos- sólo pueden estar en una de las instituciones
educativas convocadas. Ahora, si la feria del libro en particular, se cruza con
la Filbo es poco probable que las
editoriales más interesantes asistan puesto que centralizan todo su material en
Bogotá. En segundo lugar nos encontramos con que quienes asisten a las ferias
del libro son precisamente vendedores, no promotores de lectura. Es decir, que
la mayoría de las veces no conocen el material que están vendiendo y sólo
pueden realizar indicaciones como: Ese
libro se ha vendido muy bien, a los jóvenes (niños, adultos, mujeres,
ancianos, mascotas), les ha gustado
mucho. En tercer lugar, y creo que esto es nuevo, las editoriales están dejando
de llevar material a las ferias del libro escolares para los jóvenes y se están
centrando en el público infantil.
Aunque en
apariencia este último punto es bueno –los datos acerca de la lectura de libros
infantiles impresos son cada vez más saludables, reflejando una optima situación
comercial-, también quiere decir –una vez más-, que la industria editorial está
dejando de lado a los adolescentes. Y es curioso porque las cifras, tanto en
ventas como en números publicados, muestran que los adolescentes reaccionan de
manera favorable al enfrentarse a títulos interesantes, aunque algunos de ellos
no gocen de nuestro favor. Un ejemplo de esto es el éxito de Los juegos del hambre o la serie Oscuros. Algunos incluso están pasando a
lecturas más sofisticadas y exigentes como Juegos
de tronos, Perder es cuestión de método
o La senda del perdedor.
Por
supuesto se trata de un público más duro y escéptico, con el que hay que
ejercer tácticas indirectas y certeras. Empecemos con saber que la mayor parte
de los adolescentes, al encontrarse con títulos infantiles, parecen buscar el
rostro más próximo para burlarse de él. Sin embargo, al toparse con un librero
atento y hábil, pueden entrar en confianza con cierta facilidad. Pero, aquí
está el detalle, el adolescente no va convencido de lo que va a comprar, es indeciso,
necesita ser seducido, convencido, que le muestren interés. La mayor parte de
los vendedores, como ya mencioné, son sólo eso, vendedores. La mayor parte del
público infantil ya se halla seducido, convencido, sólo buscan de que
enamorarse.
El infantil
es un público más sencillo al ser más cercano, sensible, a los relatos y la
palabra escrita; el adolescente es un público más esquivo y desconfiado.
Curiosamente, también más ingenuo. La mayor parte de los adolescentes no quitan
las cubiertas plásticas de los libros porque no saben que se puede hacer,
piensan que se enfrentan de antemano a la mirada reprobadora del adulto. Lo curioso
es que la mayor parte de las veces no se equivocan. A los libreros, a los vendedores,
no les interesa que su mercancía sea tocada pero no comprada. Sin embargo,
desde el otro lado, desde el lado del promotor, del pedagogo, esa atención al
libro es siempre bien recibida; significa que aunque no se ha vendido el libro físico,
la idea del libro como un material de ocio, con el cual pasar el tiempo, si se
ha vendido.
Nuestros
libreros, vendedores, desafortunadamente no ven eso.
Aunque por otro lado los mas pequeños pueden ser 'engañados' con mayor facilidad. Los LIBREROS no tienen una formación tan siquiera técnica en su profesión y resultan vendiendo cualquier cosa con forma de libro que tenga gafas para ver en 3D a los pequeños.
ResponderEliminarBien, Diego, alguien tenía que decir eso.
ResponderEliminarPd.
¿Danny sabe que existen las comas?