Los cuadernos de N. Una antinovela irrespetuosa y tierna sobre la soledad del hombre postmoderno.



Autor e ilustrador: Nicolás Suescún
Editorial: Planeta
Recomendado para: Jovenes Lectores.
Novela ilustrada

Supe de N por vez primera hace más de diez años. Leí sus cuadernos con esa felicidad omnívora y poco selectiva del lector adolescente. Algo de su regusto sin embargo se quedó en algunos de mis escritos, algo de su ironía se deja traslucir aún hoy en día en mis palabras. Eso, a pesar de no retener una sola de sus palabras en mi memoria, sólo una forma de mirar el mundo, una forma de ser en él.  A lo largo de todos estos años sin embargo, no he dejado de nombrarlo o de buscarlo, en vano, en alguna librería de viejo. No de manera obsesiva, sino como aquel viejo que acecha a la puerta del cementerio, cuál de sus viejos conocidos  llega primero que él a la fosa del olvido.
Hace unos cuantos días, después de leer un artículo en la revista Arcadia sobre Nicolás Suescún, el viejo deseo se hizo más fuerte y pedí a Danny que me consiguiera el libro en la Biblioteca Luis Ángel Arango. Así, menos de una semana después, el tomo llegó a mis manos en inmejorables condiciones.  La misma edición que había leído en mi adolescencia.
Los cuadernos de N es una novela dividida construida por aforismos y dividida en capítulos temáticos. Así, se construye una particular forma narrativa que nos deja la esencia de su protagonista, N, a través de múltiples, absurdos y delirantes episodios de su vida y los reflejos de sus pensamientos; logrando que no podamos dejar de querer a N ni de detestarlo ni de inventarle chismes ni tenerle conmiseración. De alguna manera, Suescún logra crear una novela sobre un personaje al que casi podemos considerar un vecino o un tío lejano pero entrañable.
No coincidimos en todo con N, por supuesto, pero algunas de sus situaciones nos quedan acompañando: 

Las personas que pueden decir sin pestañear: “Que lindo era todo cuando éramos niños”, deben tener amnesia. Por supuesto, los padres tratan, cada vez con menos ánimo a medida que envejecen, de taparle los ojos a sus hijos. Cada vez lo logran menos, porque la sociedad se cuela por todos los rincones de su casa. No hay intimidad ni aislamiento si no hay voluntad común de cerrar los ojos. Y siempre habrá rebeldes o idiotas que no puedan hacerlo. Siempre habrá niños que llegarán a viejos. Siempre habrá viejos que llegarán a niños. Piensa N.
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Todos fuimos cazadores alguna vez. Pero unos cazaban osos y leones. Otros, como N, moscas.
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N se asombra. Mi antepasado –son uno todos ellos, mis abuelos –mi doble, mi alma y mi persona –con sus sombras- están siempre de acuerdo, van donde yo voy, y hasta duermen conmigo.
Extraño: primero pensé ser uno, luego dos, después me di cuenta de que era tres, o cuatro o cinco. Por último, percibí que era incontable. ¡Un ejército! Y todo él –inquieto, sudoroso, estridente-metido en el mugriento atado de un mendigo.     
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Proteico N, reflejo sempiterno de nuestros espejos.

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