Tinguilitón, tinguilitón





Recopilador: Evelyn Torres

Ilustrador: Rosana Faría y Mónica Bergna

Editorial: Ediciones B

Recomendado para: Bebés.


Arrullo se le denomina en la costa pacífica colombiana a un ritmo musical que se caracteriza principalmente por su lentitud y dulzura. Arrullo, es también el nombre de esas tonadas que las madres obsequian a sus hijos en diversos momentos, tanto para calmarlos, como para incitarlos al sueño como para recordarles que el ritmo, aquel que sentían muy cerca cuando estaban en el vientre de sus madres, perdura después en el largo y ancho mundo.

El arrullo empero no es un asunto musical ni de palabras, es un rito –sí, tal cual- que involucra la voz, el cuerpo y el cariño. No se puede cantar un arrullo sin acompañarlo de miradas, de caricias ni de dulzura. El arrullo no es una técnica, es todo un compromiso que las últimas generaciones parecen haber resentido. Pocos se acuerdan de una figura femenina o masculina –sí, los hombres arrullamos con una estruendosa voz de tarro, sin ritmo alguno, pero jugamos y estamos plenamente comprometidos cuando lo hacemos- que los acompañaba allá cuando eran niños y estaban indefensos y sólo el conjuro de la palabra cantada –no importaba si el tono o el ritmo era el adecuado- les recordaba que no se hallaban solos en el universo.

Tinguilitón, tinguilitón¸ es una recopilación de versos, nanas, arrullos y rimas para acompañar a los bebés mientras se les da el tetero, se les cambia el pañal o se les invita a dormir. A menudo escucho que muchas madres de hoy no arrullan ni les cantan a sus niños, a causa de su voz o de su falta de ritmo. Esto no ha de ser óbice para no acompañar a un niño con el tradicional Duermete niño, duérmete ya, que viene el coco (los psicólogos no saben nada de esto) que te comerá; o Duerme, duerme negrito, que tu mama está en el campo negrito o A la rueda, rueda de pan y canela, dame un besito y vete a la escuela, si no quieres ir, acuéstate a dormir.

La magia de este conjunto de versos y cantos se sostiene además en su capacidad para pasar de generación en generación casi sin mutar, así sobreviven nanas españolas del siglo XVI junto a cantos negros de la época de la colonización americana.

Es mejor cantar mal, que dejar el acompañamiento musical a esas terribles emisoras que lo único que hacen es decir estupideces y programar reggaetón todo el día. Estoy seguro que ninguna madre quiere que lo primero que diga su hijo es, ¡Perrea mami, perrea!

Debemos recordar que la música, al igual que la literatura no es sólo un instrumento comercial (cosa que se le olvidó a Editorial Norma) sino un elemento que tiene el poder de congregar a las familias.

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