Días de letras.

Empieza desde la noche anterior. Hago un rastreo entre mis libros para saber que les leo a mis estudiantes (Me refiero a las lecturas regalo por supuesto, las obligatorias ya están en el orden del día). A veces elijo “Una caperucita roja” (Océano-Travesía) o “El enemigo” (SM). Pero los Libros-álbum no siempre son efectivos. De hecho he tenido que dedicarle una hora a la semana para poder compartir con ellos textos más extensos. Hemos leído “La sirena del faro” de Ray Bradbury (SM) y “La peor señora del Mundo” de Hinojosa (FCE). Las primeras veces que lo hice ellos estaban con su eterna posición de estudiantes, cabeza hacia el frente, manos sobre la mesa -evitando manosear el blackberry-, los ojos atentos, la cabeza… no podría apostar sobre el lugar en el que se hallaba su cabeza. Me harte de verlos así cuando empecé a leerles el cuento de Bradbury. Recordé que una de las cosas que nunca le pude perdonar a mi colegio y a las bibliotecas fue obligarme a leer de determinadas maneras. Yo mismo he preferido las posiciones más insólitas para sumergirme en el mundo de mis autores favoritos. Así que me dije al diablo, si aparece mi jefe les diré que están buscando un lente de contacto. Cuando les dí la libertad de asumir las posiciones que quisieran casi todos se lanzaron al piso. Unos sentados, otros acostados. Un nudo gordiano de brazos y piernas, una orgía de cabezas y zapatos, una comunión estrecha contra un piso lleno de bacterias. A medida que pasaba el tiempo algunos cerraron los ojos, otros se miraban cada tanto y se sonreían e incluso estaba la que no me despegaba los ojos de encima, atenta a cada palabra, cada frase, cada repetición rítmica. Nos sumergimos en el texto (uno de los primeros con los que Elizabeth llegó a disfrutar de la ciencia ficción) y recordé muchas cosas también. De hecho que siempre me gustó más la versión del cuento cuando la baje por internet que la del libro que tengo ahora entre mis manos. La diferencia es una sola. En la versión de internet el texto se titula simple y llanamente, “La sirena”; en la versión del libro –no entiendo porque- aparece el apellido “del faro”, como si el contexto no permitiera inferirlo.

Termino el texto. Alguien encontró el lente de contacto perdido. Las miradas se encuentran satisfechas, los brazos se estiran perezosos, de un bostezo escapa un chicle. Mi duendecillo (puedo jurar que se pone la capucha del saco y se parece a un duendecillo) me dice que no le gustan esos textos tan fantasiosos (no entiendo como a un duendecillo no le gustan los cuentos fantásticos). Me prometo a mí mismo que en una próxima oportunidad elegiré un texto más cercano al realismo. Estoy pensando en “Diles que no me maten” de Rulfo, estoy pensando en algo de Arguedas…pero acabo de leer la “Trilogía de Nueva York” de Auster, pero acabo de disfrutar “Seda” de Baricco. ¿Será muy temprano sumergirlos en ese torrente de fragilidad y erotismo de Baricco? ¿Deberé esperar más? No lo sé. Esta noche cuando vuelva a desordenar mi biblioteca para ponerla a su servicio (ellos aún no lo saben pero lo intuyen) decidiré si se antepone el erotismo o la prudencia.

Me pregunto, ¿estarán listos para su primera novela corta por entregas?

Comentarios

  1. ¡Qué lindo!

    ¿Recuerdas? mis alumnos de sexto grado le dicen "cochinadas" a los libros de educación sexual que guardo en el baúl del salón.

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  2. x q corta... x q no larga?
    Desconfias de su aceptación o de su disposición.

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