El lector como promotor de lectura.




Cuando aún estaba en el colegio me gustaba organizar encuentros de lectura y grupos de escritores. Sólo iban dos o tres personas y jamás hubo una gran continuidad. Algunas veces mis compañeros asistían sólo para no dejarme solo y cualquier intento de hablar de libros y lectura alfabética en particular derivaba lo más rápidamente posible hacia las series del momento y lo que nos estaba sucediendo en el colegio. Sin embargo de cuando en vez, sin premeditación recibía un libro de alguno de mis compañeros (así conocí esa hermosa antología de ciencia ficción que es “Visiones peligrosas”) que me lo recomendaba y luego en algún espacio entre clases o descanso intercambiábamos opiniones. En otras ocasiones era alguien que me pedía recomendación sobre tal o cual libro. En aquel momento yo no sabía que existía algo llamado promoción de lectura, yo era tan sólo alguien feliz entre libros, periódicos y revistas.
Un poster de Quentin Blake, ilustrando los derechos del lector propugnados por Daniel Pennac, remata con la frase de un niño a un hombre de pelo hirsuto, con un buso cuello de tortuga, sosteniendo con una mano sus gafas y con la otra un libro cerrado: “Estos 10 derechos se resumen en un solo deber, No burlarse jamás de aquellos que no leen, si quieres que un día ellos lean”.
Los lectores somos tercos, solemos ser tercos y hemos elevado esa terquedad a la categoría de una elite. Cada uno de nosotros conforma una subcultura de lectura alrededor de algunas temáticas y escritores que consideramos son los que deben ser leídos y reconocidos. Esta actitud ha contribuido a que la lectura, en muchos casos,  sea vista como algo que pertenece a una comunidad exclusiva que detenta el saber. Comunidad que es asociada con características no siempre ciertas como aislamiento, ocio, pedantería y aburrimiento. El lector es considerado entonces como una figura que se halla fuera de lo cotidiano, una criatura de cierta manera extraordinaria.
En primer lugar hay que aclarar que todo tiempo de lectura es robado. Los lectores tienen familia, trabajan, van a cine, bailan, beben, ven televisión y hacen todo aquello que hace una persona común. De hecho en un mundo cada vez más ajetreado y veloz, los momentos de lectura suelen ser espacios preciosos que se pueden disfrutar en un bus, en el baño e incluso robándole tiempo al sueño.
Una de las primeras cosas que se debería reconocer además es que no hay una lectura mejor que otra y que el infinito mundo de la lectura no se limita a los libros. Hay excelentes lectores de periódicos y revistas, de comics y de páginas webs. No todo se circunscribe al libro. Leer, significa compartir y crear comunidades alrededor de lo que se lee o se deja de leer. Es un mundo apasionante al que cualquier persona puede ingresar con el sólo hecho de desearlo.
La primera forma en que un lector puede contribuir a que el germen de la lectura se disemine es precisamente haciendo lo que hace, leyendo pero sin ninguna pretensión de que esa actividad necesite de ciertas habilidades cognitivas especiales. Leer es algo en lo que se mejora mientras más se realiza, como montar en bicicleta o cocinar. La segunda forma en que se puede contribuir, sin necesidad de hacer talleres o actividades especiales, es hablando de lo que se ley un estado de excepción como quien habla de una serie de televisión, de una película o de un restaurante.
Antes que una actividad extraordinaria deberíamos recordar que la lectura nos es indispensable porque se nos convirtió en una forma de vida como al automovilista, al fanático del fútbol o al panadero. Con la salvedad de que estos últimos no consideran que todos deberían hacer lo mismo que ellos, sólo lo comparten con pasión y alegría.   

Comentarios

Publicar un comentario