La ciudad como texto: grafitis (continuación).



El material de un grafitero es la pared. Entre más visible a toda clase de público, mejor. No importa si se trata de un sucinto mensaje de amor o de una protesta social. Lo que importa es que sea visible. La pared de una ciudad se convierte así en una suerte de palimpsesto donde hay mensajes de tras de otros mensajes detrás de capas de pinturas. La pared es un material maleable pero su disponibilidad es permanente.

En muchos casos la ubicación de la pared también hace posible el mensaje. No es lo mismo un mensaje de protesta a favor de la educación en las paredes de una biblioteca pública que en un banco. No es lo mismo un mensaje de amor en un baño público que el mismo mensaje en la barda de un jardín botánico. Si se ha de leer la ciudad desde los grafitis que hay en sus paredes ha de tenerse en cuenta el muro en el que se haya inscrito y el posible destinatario.

Hay grafitis que parecen códigos secretos e intervenciones gráficas que, a la usanza del comic, siguen secuencias y se transforman de alguna manera en relatos con su propia forma de desarrollo e interpretaciones posibles. El papel y la muralla no fungen ya como papel del canalla sino como posibilidad expresiva e interpretativa, como una forma de exploración y crítica sobre y desde lo social. En este caso se asemejan a lo que en el terreno editorial se denomina libro-álbum ya que existe una fuerte interdependencia entre el texto alfabético (cuando lo hay), lo gráfico (cuando lo hay) y el medio en el que se inscribe (que siempre existe).

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