El miedo al libro.

Leo “Caperucita Roja y el lobo” de Roald Dahl ante un grupo heterogéneo de docentes en formación. Me encanta la sensación que produce el cuento en el auditorio ante esos elementos discordantes que van surgiendo: la nevera, el oculista, el abrigo de piel y, finalmente, la pistola. Me solaza la estupefacción (leer en voz alta también es sorprender y divertirse).

Al terminar la lectura una mano se dispara de inmediato hasta casi llegar al techo, “¿Ese cuento para niños de qué edades es?, porque yo ese cuento no se lo leería a mi hijo”. Ahora el estupefacto soy yo. La dueña de la mano me observa y añade a modo de disculpa, “Es que es muy violento”.

Indago, pregunto, cuestiono. No sólo a quien ha intervenido sino al auditorio entero. La mayor parte de ellos son padres y madres de familia con hijos que oscilan entre los 3 y los 16 años de edad. La mayor parte de ellos comparte con sus hijos telenovelas como “El capo”, “Rosario Tijeras”, “El cartel de los sapos”, etc., la mayor parte de ellos les prohíbe a sus hijos menores de 10 años ver Cartoon Network porque sus series son muy violentas, la mayor parte de ellos quieren que sus hijos lean los clásicos y les compran, cuando lo hacen, libros de Barney, Elmer y álbumes de películas animadas.

Lo curioso sin embargo no es la contradicción sino lo que hay debajo de esa contradicción. El temor implícito a las letras de molde, a un texto que si lo borra el olvido puede simplemente tomarse de nuevo para recuperar el sabor de esas palabras. No se protege al niño, adolescente, adulto, lector en formación, de lo descrito en el texto sino de la facilidad con que puede volver a las palabras. A un hecho narrado en letras del molde siempre podremos volver. Eso emociona al lector (Borges se maravillaba de niño y volvía a abrir un libro una y otra y otra y otra vez, tan solo para confirmar el hecho de que las letras no se mezclaban entre sí una vez se hubiera cerrado el libro) que se hace repetir una y mil veces la misma historia para comprobar que no cambia, que es inmutable dentro de ese objeto determinado.

La mayor parte de los niños acompaña a sus padres mientras ve el noticiero o escucha las novelas pero ninguna madre o padre se ha levantado horrorizado ante la violencia que se encuentra en esos espacios. No se pregunta para qué edad es determinada emisión. Pero cuando encontramos lo mismo ante un libro nuestra reacción es otra.

Ninguna docente ha sido despedida por ver con sus alumnos una película con escenas fuertes o contenido violento. No dejo de recordar a la maestra que fue despedida de un colegio de Palmira por leer con sus alumnos “Sin tetas no hay paraíso”.

Comentarios

  1. Ese es el problema de ver cualquier libro o más bien esperar que cada libro sea didáctico

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