AY SEÑORA, ¿POR QUÉ ABRIÓ LA BOCA?

Diciembre en Cali no es la mejor época para escribir, regalar o intercambiar libros. El 80% de la población está interesada en disfrutar de los últimos días del año yendo a cine, tomando licor (a instancias del gobernador del Valle, por supuesto), bailando o aprovechando la variada programación de la Feria de Cali. En esta época incluso las bibliotecas se resignan y atienden sólo la mitad del tiempo o se disponen a hacer inventario. Tan poco tiempo hay para la lectura que las entidades de promoción se olvidaron este año de impulsar los libros como una opción de regalo en navidad. Por todo este cumulo de razones no dejo de sorprenderme cuando al entrar a una librería de un centro comercial me encontré con una mujer y su nieta adolescente. Más sorprendente aún me pareció que la muchacha en cuestión estuviera pidiéndole a su abuela un libro. “Luna Nueva” en concreto.

De haber estado solo nada hubiera sucedido, pero en esta ocasión me acompañaba una vieja amiga docente de profesión y promotora de lectura de corazón. Normalmente se trata de una mujer centrada, silenciosa y reconcentrada en lo que busca. Sin embargo ella, al igual que yo, no salía del asombro ante lo que escuchaba porque además la abuela se negaba a la petición de su nieta.

- ¿Pero eso si te va a dejar algo?

- Abuela, ¿te acuerdas de la película que nos vimos ayer? – Mi amiga y yo asumimos que se trataba de “Crepúsculo”.

- Sí. ¿Es de eso mismo?

- Sí.

- ¿Por qué no buscas otro?

No pude seguir oyendo nada porque mi amiga con la valentía del cobarde se dedicó a preguntarme a mi si la abuela le había comprado al fin el libro a la nieta (era imposible que no nos oyeran en ese local de 2 x 2 donde habían más dependientes que clientes).

- No. - Respondí yo.

- ¿Y Por qué ella si se puede comprar el libro que quiera y la niña no? – terció mi amiga.

- Porque la abuela es la que tiene la plata.

- ¿Será que a la señora no le alcanza?

- Creo más bien que se trata de censura. – Respondí siguiéndole el juego mientras intentaba que no se me subieran los colores a la cara.

Mi amiga, excelente docente, decidió coger los toros por los cuernos y decir a quien quisiera oírla que “Crepúsculo” era tan sólo una historia de vampiros, una suerte de Romeo y Julieta modernos donde en lugar de Capuleto y Montesco existían hombres lobos y vampiros.

- Ah, ¿es qué eso es de vampiros?- dijo al fin la abuela en tanto la nieta nos miraba con exasperación mientras le decía a mi amiga:

- Ay señora, ¿por qué abrió la boca? – antes de retirarse y darse por vencida.

Ya ante la incapacidad de meter más la pata salimos mi amiga y yo en defensa de la saga de Stephenie Meyer añadiendo su gran moralidad, su virtuosismo técnico y alegando que el protagonista era el mejor de los vampiros, el más sano y un ejemplo de moralidad para todo adolescente; tanto que la pareja protagónica sólo tiene relaciones después de casados, y eso sólo en el último libro – hasta ahora- de la saga.

No se pudo sin embargo. La señora siguió impertérrita y adquirió una “Critica de la Razón Pura” (para su deleite eso sí, porque lo había leído pero se trataba de un libro que le había prestado una amiga) y le decía a su nieta que porque no buscaba algo así, que le sirviera, y que no se preocupara que cuando a ella se lo pidieran en el colegio lo podía coger de la biblioteca donde estaría esperándola.

La nieta, mi amiga y yo nos miramos en silencio y luego miramos a la abuela. Estoy seguro que los tres teníamos la misma frase en la mente.

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