Bibliotecas III. (Bibliotecas Escolares I)

Al igual que existe un documento de la Unesco sobre las directrices que deben seguir las bibliotecas públicas, existe uno, menos conocido, que se centra en las funciones de las bibliotecas escolares.
En nuestro país, al igual que en muchas partes del mundo, las bibliotecas escolares son el lunar de las gestiones educativas, la oveja negra que todos se empeñan en negar. Suelen funcionar en lóbregas instalaciones que sólo abren en descanso y son regentadas por un docente castigado que no sabe lo que tiene ni pretende mejorar la situación. En otros casos se trata de un montón de libros empolvados, húmedos y olvidados que se hallan encerrados a cal y canto. Cuando la situación mejora existe una biblioteca cerrada a la que sólo se puede acceder a través de catalogo. Me encantaría decir que se trata de una exageración pero no lo es, el común de las bibliotecas escolares funciona de esta manera sin recato y sin vergüenza.
Una biblioteca en el mundo escolar cotidiano es un aula de castigo que sólo debe emplearse para la realización de tareas, una penitenciaría de mínima seguridad repleta de enciclopedias disecadas y avis raris bibliográficas que los mismos bibliotecarios (cuando hay) desconocen (recuerdo, cómo olvidarlo, unas fabulas de Esopo ilustradas por Doré que pretendían tirar a la basura). Un espacio tiempo detenido en algún instante de hace cincuenta años, domeñado por versiones varias de los Cuentos de los hermanos Grimm, los cuentos de Rafael Pombo y diferentes versiones de fábulas, un espacio tiempo detenido en las aplicaciones didácticos y cerrado a la pedagogía.
(Vamos por partes le dijo el sastre a su cliente, así que continuaremos sobre este tema próximamente)

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