Sucedió en Zapatóca

Sucedió en Zapatóca, Santander. Con motivo del cambio de sede de la biblioteca, alguien decidió que cuatrocientos libros no se necesitaban y los despedazó sin importar que estuvieran en buen estado, que aparentemente fueran útiles y en muchos casos documentos históricos y culturales de la región. Quienes oyeron el caso en los medios masivos de comunicación se escandalizaron. El alcalde del municipio abre investigaciones, la comunidad se lamenta.

Lo triste del asunto es que este no es un caso aislado.

Durante el gobierno del presidente Uribe, el Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas (PNLB), por medio de Fundalectura,  ha cubierto prácticamente todo el territorio nacional creando bibliotecas y dotando otras de una colección envidiable de libros que abarcan desde lo literario hasta lo técnico y lo investigativo. Además de eso se capacita a los bibliotecarios y personal de turno para brindar un mejor servicio.

Pero no es suficiente. Las costumbres y el poder son elementos con los que es difícil trabajar. Se escuchan historias, todas ciertas, sobre los usos de los libros y los espacios en la bibliotecas. Existe un municipio donde los visitantes “ilustres” son obsequiados con un libro a la entrada de la biblioteca, incluso hay oportunidad de elegir (algunos libros del PNLB llegan a costar $150.000), se sabe de casos de bibliotecarios que acosan sexualmente a las colegialas que necesitan ayuda para sus tareas, hay un municipio celebre porque la alcaldía se apropió de los computadores que le pertenecían a la biblioteca.  Estos son los casos extremos (extremo no traduce singular)

En algunos lugares de nuestro país los libros que llegan donados por el PNLB son guardados sin desempacar en habitaciones oscuras donde yacen por largos meses hasta que alguien se acuerda de ellos o hasta que la biblioteca es trasladada a un lugar más amplio. El desconocimiento de muchos bibliotecarios sobre el valor de los libros es grande, muy grande. Al llegar la colección recién donada no es raro que la anterior que los libros “viejos” sean mandados a la basura o condenados a la clausura (En su momento logré evitar que un volumen con las obras completas de Esopo e ilustrado por Doré se fuera al cubo de la basura donde ya estaba el Quijote de Avellaneda).

Estas situaciones son consecuentes con un  país donde apenas la lectura está tomando fuerza como una actividad donde se combinan el placer con el saber tanto para niños como adultos. El lugar de las bibliotecas  es completamente secundario en muchos casos por desconocimiento, recursos o simple estupidez. Es curioso que la Asociación de Bibliotecólogos de Colombia esté luchando porque las bibliotecas deben ser manejadas por un bibliotecario en lugar de cualquier otro profesional, cuando en el 90% de los municipios del país los bibliotecarios son señalados a dedo y en muchas ocasiones es un castigo para funcionarios de administraciones anteriores que no pueden ser despedidos.

Sucedió en Zapatota pero no hay porque alarmarse cuando está sucediendo en todo el país. Y no podemos echarle la culpa al gobierno ni a la crisis ni a la pobreza ni al conflicto armado cuando la ignorancia y la estupidez conviven perfectamente con los libros. 

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